domingo, 12 de diciembre de 2010


Gran circo romano

La civilización occidental es hija de la grecolatina. De ella hemos heredado mucho. El Imperio romano tenía que mantener al ciudadano contento. Una de las formas era a través de espectáculos con gladiadores, y otra echando a los cristianos a los leones.

También nuestra civilización necesita tenernos distraídos. Quizás pensemos: el ccidente de ahora tiene cine y turismo; es menos incivilizada. Pero digo: occidente tiene guerras y penurias de todo tipo retransmitidas en vivo como si de una película de ficción… Eso también forma parte de nuestro circo romano.

miércoles, 8 de diciembre de 2010


Serenidad y orgullo

Convengamos que la serenidad es vivir el presente sin alterarse hasta un límite en el que emociones como la ira, la euforia o el asco emboten la razón o condicionen sobremanera la conducta.

La agitación la desencadena algo externo, pero, al fin y al cabo, la agitación nos pertenece. Para domeñarla debo convertirme en domesticador de fieras, de mi fiera. En el fondo del fondo, según cómo, es una oportunidad deseable. La serenidad –digo yo- no es más que razón, salud, vigor. Buscar la serenidad es uno de mis caminos. Dar con ella, al menos en tipos como yo, agitados desde siempre, no es fácil. Pero noto los cambios.

Creo que la serenidad con mayúsculas permite reconocer el error antes de que la ira aparezca disfrazada de orgullo, dignidad o amor propio herido. Si todavía es fingida –superficial, quiero decir; cuando sólo atañe al cuerpo y la mente más somera-, sirve para detener los golpes de la ira, que perturbaría la razón. En este último caso, hay que expresar la rabia canalizándola por otra vía que no sea la violenta hacia el prójimo –súbete a un monte y grita o haz un par de sprints o pégate un buen tortazo-, porque de lo contrario se acumula en el interior y nos dañamos a nosotros mismos o, al final, herimos al otro, por una causa aparentemente tonta. ¿Por qué a veces, si no, mostramos impulsos agresivos excesivos por nimiedades? Pues por pequeñeces amontonadas en el espíritu durante días, meses o años. Más cuanto mayor seas y menos las hayas expresado por el camino. Muchas pequeñeces se convierten en enormidades, como el efecto bola de nieve. De aquí que manifestara al inicio que la agitación la desencadena algo externo, pero que si se convierte en ira desbocada, seguro que en la mayoría de casos es síntoma de que albergamos ya el combustible suficiente –pongamos, ira reprimida- y que sólo nos había hecho falta la chispa que todo lo inflama.

Pero, ¿qué es esto del orgullo?

Familia del orgullo, en grados, y de menor a mayor:
  • dignidad
  • orgullo
  • honor, pundonor
  • vanidad, superfluidad...
  • petulancia, presunción, jactancia, soberbia…
Seamos serios: esta gradación no esconde más que orgullo, más o menos inflado, o aceptado sociomoralmente en alguno de sus estadios, pero orgullo duro y puro. Me pregunto qué sería de un ser humano sin orgullo, es decir, sin dignidad. ¿Sería feliz? ¿O dejaría de poder llamarse humano? Creo que lo primero, siempre y cuando con la palabra dignidad nos refiramos a nuestras disputas cotidianas occidentales y no a la necesidad, brutalidad y esclavitud que padecen los humanes en muchas partes del mundo.

¡Qué útil, sin embargo, es la vanidad! Coincido con muchos en que al ser humano, en general y entre otros muchos móviles, lo guía la vanidad. Con ello, el ser busca sentirse importante, apreciado, en el fondo. Busca el halago, no la adulación. [Quien busca la adulación es un imbécil, a menos que a través de ella busque otros fines, como el que pretende el que adula cuando ansía una relación engrasada, tranquila y cómoda con el adulado, o generosa por parte del adulado. Pero esto es por parte del que adula]. Si no fuera por la búsqueda del placer que suscita en nosotros el halago, el mundo de hoy diferiría en gran medida del que es. Buenas y malas acciones, descubrimientos e inventos han acaecido por ella. Científicos, líderes, profesionales, pensadores se han movido por ella, en búsqueda del placer que creían que el halago de otros o de sí mismos les procuraría. Y eso, sin saborearla más que en sus mentes, sin conocerla de suyo (eso sí, conocen todos su esencia: el placer). Todos ansían, en mayor o menor medida, engrandecer su amor propio a costa del otro. O como dije ya, reafirmar su identidad. Saber también, por el halago, que existen. ¡Ojo, que yo el primero de la fila, eh! En cierta mesura, ¿quién no agradece un dulce? O sea, que orgullo con mesura o un poco de vanidad, ¿pues qué?

Vuelvo a la serenidad. ¿Cómo puede un tipo como yo, nervioso, impetuoso, conseguir cierta serenidad? Y antes que esto, ¿qué ocurre: no soporto mi fogosidad? No, lo que no soporto son las consecuencias nefastas que a veces se han derivado de tal ardor. Sin embargo, ha llegado un punto en que me molesta sentir la propia agitación. Tanto tragar me ha hecho en exceso susceptible, supongo. Tanta lluvia fina ha convertido mi piel en demasiado suave. Son mis nimiedades.

Creo que meditar y hacer deporte pueden ayudar. Nunca me ha gustado el deporte. Así que me queda lo primero, relajar mente y espíritu cuando puedo, me acuerdo y quiero. También respirar. Pero, sobre todo y para empezar, razonar y prever. Sentiré los adelantos de la serenidad cuando mantenga siempre, o en los momentos críticos para mí, la compostura, cuando sea real, no fingida. De hecho, en esta faceta ya no soy el mismo que hace unos años. Cuando lo consiga en las situaciones más adversas, aún ganaré más; cuando me disfrace de enfadado si lo creo oportuno sin llegar a sentir atisbo de ira, aún más. Pero no quiero dejar de ser humano. ¡Oh, el descontrol! Mientras escribo he vivido unas cuántas vivencias cotidianas hostiles en las que la serenidad se me ha esfumado como si nunca hubiera sabido de su existencia. Y es en estos momentos cuando de verdad es más necesaria. ¿Qué me importa estarlo sólo en momentos apacibles? Pero persevero con paciencia para que estas ideas y el entrenamiento den frutos. Que -ya digo- algo hay ya, si me comparo con años atrás.

Observar las señales de la agitación es clave. E incluso evitar escenarios que sepas que aún te pueden, o prever la reacción. Ejercitar la prudencia y la paciencia para domeñar el ímpetu. A veces me ha pasado que he querido hacer algo sabiendo que sería mucho mejor posponerlo para pensarlo antes con calma. Y me ha costado refrenarme, y aunque no siempre lo he conseguido, algunas sí. También he de decir que en ocasiones he hecho algo en caliente porque si no, no lo hacía, porque si no, excesivas razones muy sensatas habrían ahogado mis intenciones, mi voluntad, mi deseo, mi yo. Y aunque no lo he hecho con las formas más adecuadas, sé que, en el fondo, es lo que quería, porque pasado el tiempo he comprobado que era lo que quería.

Con todo, hace un tiempo que he optado por la serenidad como una regla adecuada, en general, para vivir. Pero jamás me abandona la impaciencia. Por ejemplo, convendría que para redondear este escrito, consultara otro que escribí hace un tiempo en el que recuerdo que anoté algo sobre serenidad y otras condiciones de los humanos, pero mi impaciencia y, sobre todo, mi holgazanería, me lo impiden. Que ahora piense en la serenidad como una buena regla para (no) actuar, no quita que mañana decida lo contrario o algo muy diferente. Ustedes saben…

Al final, parece esta entrada una confesión. Es lo que hay. Saludos.

PS: Si alguien sospecha que por aquí hay algo de Montaigne o Séneca tiene razón.

domingo, 5 de diciembre de 2010


Mala baba contra los controladores

La mala baba surge hasta en el menos pintado cuando se siente protegido por el grupo. No dudo de que este colectivo ha hecho una huelga encubierta y que tendría que recibir las consecuencias por no convocarla de forma legal con suficiente antelación, pero pienso que la situación se ha extralimitado y los medios y el gobierno son los responsables. A mi juicio, el Ejecutivo no estaba preocupado por los pasajeros, sino por la imagen de flojedad del gobierno y por la presión empresarial. El gobierno ha llevado la situación al límite a sabiendas de que los medios les harían el juego. Ambos, medios y gobierno, se han llenado la boca de “la sociedad española”, “rehenes” y “chantaje”. Que yo sepa, la mayoría de la sociedad española estaba en su casa. ¿No tendría que decir un juez si los controladores son secuestradores? Les ha faltado tacharlos de “asesinos” o “terroristas”.

Dice el vicepresidente Rubalcaba que estos trabajadores tienen un sueldo y estatutos privilegiados. Pues mire usted, mejor para ellos. Ustedes también tienen sueldos interesantes y los directivos de ciertas compañías mejores aún. Sin contar dietas y otros privilegios. Cuando ocupas un puesto, hay unas condiciones laborales mínimas exigibles, al margen de los salarios. Y me parece de vergüenza que el ministro del Interior se quede tan tranquilo diciendo que las horas de baja no les computan como trabajo. ¿Eso no es delito?

Prueba de que los controladores actuaron bajo el paraguas de la legalidad es que el gobierno tuvo que hacer un decreto expreso para cambiar la ley, según la cual los controladores habían cumplido el cómputo de horas. Así lo ha explicado el mismo ministro en la radio, aunque él ha hablado de “interpretación peculiar”. Siento náuseas cuando le escucho afirmando cuánto pensaba en los pasajeros que se quedaron sin ver a su familia o sin hacer el viaje de puente de turno. Como usted, seré demagógico: piense más en los cuatro millones de parados que no tienen para ese billete de avión. El dolor proviene de otro lado: de las punzadas de las compañías, de las pérdidas que les genera, del qué dirán oposición y el resto de países del gobierno si no hace nada al respecto –de ahí, lo de tirar por la militarización-. Si Zapatero hubiera tenido una legislatura fácil dudo que hubiera militarizado nada. Pero Zapatero tiene fama de flojo.

Me duele también que el vicepresidente llame mentiroso a un controlador que dijo no sé qué de que las fuerzas del Estado entraron con una pistola. ¡Qué valiente que es Rubalcaba! ¿Ahora es juez, también? Y, señor Rubalcaba, decir que todo este embrollo ha de servirnos como ejemplo para que sepamos que quien mantenga un pulso con el Estado lo perderá, asusta: por su prepotencia, quiero decir. Más fuerza y menos diálogo, ¿no?. Y me duele todavía más que hasta la fecha ningún medio haya puesto ni siquiera en duda la versión del gobierno o que ninguno haya ofrecido y dado más voz a los controladores. Y no me vale que digan que no quieren hablar o que ya han hablado algunos. ¿Un 0,001% del espacio total dedicado a esta noticia? ¿O lo justo para que cuando salió la controladora explicando lo de la pistola alguien por detrás la tachara de mentirosa?

Hay que decir que el conflicto persiste y que aunque hubiera transcurrido lo de este fin de semana por otros vericuetos las críticas también habrían arreciado, diferentes o no, pero habrían habido. Por penúltimo, señalar lo magnánimo que ha sido el gobierno cuando pone el ejemplo de Reagan, que echó a la calle a 11 mil controladores. Para que no quede duda, sé que tiene que haber consecuencias para los controladores pero por lo ya dicho: porque convocaron una huelga encubierta sin aviso que ha dañado a empresas y a ciudadanos más de la cuenta. Pero también tendría que haberlas para la forma en que gobierno y medios han abordado el asunto: no me hubiera extrañado que algún controlador hubiera sido agredido por algún pasajero inflamado al ver que medios y gobierno estaban de su parte.

viernes, 3 de diciembre de 2010


Vida exótica en la Tierra

Científicos de la NASA descubren una bacteria que usa arsénico en lugar de fósforo para construir partes de sí mismas, según publican diversos medios, entre ellos la prestigiosa revista Science y la misma agencia espacial estadounidense. Ya había estudios anteriores que especulaban con que este elemento, que se juzgó tan nocivo para la vida -ahora sabemos que lo es para un tipo de vida-, podría haber sido en el pasado uno de sus elementos fundamentales junto al carbono, el hidrógeno, el nitrógeno, el oxígeno y el azufre. Ahora, parece que este descubrimiento confirma tales estudios, y no sólo para el pasado.

Como se ha dicho por pasiva y por activa, el hallazgo abre nuevas puertas para la búsqueda de vida, tanto en otros planetas ¡como en el nuestro!; porque rompe con el paradigma que sostiene que los elementos básicos para la vida en la Tierra son los antes citados más el fósforo. Dicho sea de paso, hace tiempo que oigo que el silicio también podría ser un sustituto del carbono. O que en Titán podría haber vida basada en metano y no en el agua.

Pero lo que me llama también la atención es que esta revelación nos recuerda desde la ciencia la fragilidad del “conocimiento”. Entiendo que cuando astrobiólogos buscan vida extraterrestre estén obligados a hacerlo bajo las premisas de vida según la conocen. Ahora se ha ampliado este abanico. Pero esta ampliación también ha de servir como alerta, ya que la vida puede ser mucho más extensa que las definiciones y etiquetas que nosotros le damos. Buscando estos elementos podríamos despreciar otros rasgos igualmente adecuados para la vida. Y ya no hablo de vida exótica –puesto que nos hemos dado de bruces con ella en nuestro planeta- sino de indecible.

Recuerdo que cuando estudiaba Básica y bachillerato otra de las definiciones de vida era “nace, crece, se reproduce y muere”. Hoy se sabe que hay organismos inmortales.

Masianismo y empresa

Artur Mas será el nuevo presidente de la Generalitat de Catalunya. Ninguna sorpresa. Muchos le señalan como el nuevo mesías para Catalunya, aunque el candidato a la presidencia haya querido alejar a CiU de cualquier tinte redentor, místico o divino. Por humildad, le gusta repetir tras vencer a sus adversarios. Y porque -ahora sí- advierte que la coyuntura es la que es. Claro que en cuatro años la circunstancia cambiará. ¿Será entonces justo y atribuirá a la coyuntura lo que deba atribuirle, en demérito propio?

El líder de la federación nacionalista se prodiga por televisiones para comunicar su buena nueva. Y le gusta remarcar que cuando menta a la empresa habla de empresario y trabajador. La definición intelectualmente está muy bien, pero a nadie o a pocos que trabajen en una empresa se les reconoce su trabajo hasta el punto de que hagan suya la empresa como proyecto, como misión. Es que ni el directivo busca que el trabajador vea a la empresa como suya: porque no lo es.

Tal discurso masiánico es papel mojado. Si menciona facilidades para la empresa, se refiere al empresario, por más que diga. Y no importa. Pero que no enmascare la realidad, que no hable de empresa y pretenda que trabajadores y jefes la vean como suya de la misma forma. ¿Que podría estar bien para algunos que fuera así? Nada que objetar. Pero entonces habría que luchar para que al trabajador se le reconociera como es debido en la empresa y, de esa manera, el asalariado pudiera llegar a ver el objeto de su empresa de veras como el suyo. Que el trabajador disfrutara de los dividendos de la empresa o que participara en decisiones trascendentales, por ejemplo. Pero una situación como la descrita es minoritaria, microscópica, más bien; ficticia, casi.

Sólo quería aclarar con lo anterior que no me paso ese “detalle” suyo en cuanto a definición de empresa. Por lo demás, adelante con su mano tendida. El movimiento se demuestra andando.

Hablo ahora de otros partidos. En este país, por lo menos en Catalunya, ser de derechas comporta mala prensa. No sé si alguna vez lo he publicado en otra entrada (mi memoria es mala), pero explicaré una anécdota. Antaño, reconocía en las entrevistas a diputados que hacían en Catalunya Radio quién era de derechas porque, cuando se le preguntaba en el test final al político de turno si era de derechas o de izquierdas, el de izquierdas siempre respondía que de izquierdas, sin embargo, el de derechas contestaba con evasivas tales como “eso de izquierda o de derecha ya no se lleva”. Sea como sea, lo que más me disgustó de las elecciones pasadas fue que el PP recuperase la tercera posición en el hemiciclo.

De órdago, el batacazo de ERC. Craso error dividir el independentismo. Divide y vencerás. Supongo que olvidaron esa máxima. O bien, pensando mal, la división no es más que un claro síntoma de la lucha por la poltrona y no por el país, como suele afirmar cualquier partido. Si hubieran mirado por el país, habrían pactado una candidatura conjunta. Y no me vale que tengan ideología dispar. Lo primero es lo primero, si aseveran en los programas que es la independencia. En clave interna, para el partido de Laporta genial. Ahora podrá luchar por los independentistas que se han decantado por CiU. Y por favor, si fuera Puigcercós me iba, y si militara en Esquerra exigiría su dimisión.

PS: Si ICV se mantuvo fue porque llegó al hueso.

Wikileaks debe de ir por el buen camino

Wikileaks debe de ir por el buen camino, a juzgar por la presión a la que en los últimos días está sometida la web y su voz cantante, ahora acusado de nuevo de violación.

jueves, 21 de octubre de 2010


¿Quiero ser feliz?

La felicidad es un valor en alza hoy día. La felicidad vende. Deduzco que hay poca. Pero, además, el sabernos infelices comporta que indaguemos más para subsanar la falta. La palabra felicidad, como digo, está en boca de todos: películas, libros y conversaciones públicas y privadas. El entorno está repleto de máximas y consejos. Nadie escapa al influjo de lo que, para el magín de cada cual, representa esta palabra.

[Hay fórmulas por doquier. También yo me monto las mías].

Lo cierto es que no viene de ahora, sino que a lo largo de la historia la felicidad ha estado de moda. ¿Hay ahora más búsqueda de ella o ha sido proporcional siempre a la cantidad de población? Si un medidor fiable nos informara al detalle de esta variable, estaríamos ante un poderoso instrumento para evaluar qué de qué épocas históricas imitar para mejorar ese estado de bienestar al que llamamos felicidad.

¿Pero es verdad que hay poca felicidad o se trata de insatisfacción? Más que falta de felicidad sospecho que hay insatisfacción. ¿En qué se diferencian? Cuando nos autodenominamos infelices creo que nos referimos a insatisfechos, a una infelicidad curable, pasajera, cuya duración e intensidad dependerá de varios factores externos e internos, así como su curación. En un reportaje dijeron que hay infelices incurables, atormentados eternos –imagino-, que, lamentablemente, acaban suicidándose. Quiero no creerlo.

Si eres un insatisfecho crónico, llámate infeliz si quieres, pero puedes cambiar a tu antojo. La cuestión no es si puedes o no, sino el tiempo que tardarás en conseguirlo. Todo depende de la firmeza y rapidez con la que transvalores los valores que sean necesarios y perseveres en los cambios hasta apropiártelos; al igual que un entrenamiento constante mejora tu marca de velocidad, una insistencia pertinaz y racional en los cambios los favorecerá. Se trata de levantarse en cada recaída. Como los valores dependen de forma exclusiva del ser humano, de ti depende qué valorar y en qué cantidad.

Lo de los valores tiene su gracia. Valoramos lo que no tenemos. Y ni si quiera recordamos cuánto valorábamos lo que antes con ahínco ansiábamos. Un ejemplo de un amigo ilustra bien la condición del hombre. Tenía que levantarse pronto para ir a trabajar. En esa situación, pensaba lo feliz que sería si no tuviera que madrugar. Con el tiempo, cambió de empleo y resulta que en el nuevo no tenía que levantarse pronto. Pues bien, ya ni si quiera se acordaba de cuánto valoraba antes poder dormir más por la mañana. Una vez conseguido su deseo, lo había olvidado y ya no valoraba –y por lo tanto no disfrutaba- que ahora pudiera remolonear entre las sábanas. Él mismo se dio cuenta y así me lo explicó.

Pero no soy maestro de nada y menos de esto si, como he dicho, me monto mis estrategias.

¿Un modelo de felicidad? El de las criaturas. La mayoría de ellas denotan ilusión en su comportamiento. Porque ignoran o porque conocen lo justo para actuar o porque son felices actuando. O sea, el ingrediente de la despreocupación no está de más. Si acaso cuando los pequeños acceden a la escuela, es cuando en algunos casos empiezan su camino de infelicidad. La tensión inevitable entre el individuo y la sociedad. El sometimiento a unas normas exigibles a todo grupo social. Un niño prefiere pasar la mayor parte del tiempo jugando que trabajando, lógico: nosotros también lo preferimos. ¡Y desde los tres años los sentamos en sillas durante horas! Cierto que hay de todo, pero las aulas continúan siendo el denominador común. No hay lugar para Summerhill, ¡ya me gustaría!

Ilusión, para mí, es una de las claves. No falta de deseo y ausencia de miedo, como dice alguna filosofía oriental, o no únicamente. Me parecería inhumano sin ilusión. Alegría, amor, razón, coraje, libertad, ilusión, sentido… es una de mis fórmulas. Ejercicio y buenos alimentos, no nos olvidemos. Nietzsche dijo en uno de sus escritos que si volviera a nacer se dedicaría a estudiar cómo nos influyen los alimentos en la salud y el estado de ánimo. También es gratificante fijarse en los alegres adultos por naturaleza. ¡Ah!, y desterrar por completo, o casi, aquello de “Piensa mal y acertarás”, porque si la usas como un principio, al final ocurre esto otro: “Piensa mal, te equivocarás y te amargarás”. Y ya lo mencioné en otro post: al mínimo atisbo de asco, reconocerlo y zafarse de él. Huir de la soledad, pues no hay fuertes capaces de soportarla. Como decía Proust, un fuerte no es más que un débil disfrazado, y duros, haylos, pero a cuentagotas. En lo peor, buscamos cariño, sentir que existimos.

Pero por si acaso, antes de continuar: ¿y si la felicidad sólo está en nuestra mente?, ¿que no sea más que una vana ilusión para seguir adelante en un mundo difícil?(1) No lo creo por lo mencionado antes: en la mayoría de niños parece casi innata. Eso sí –aclarémoslo ya- para unos la felicidad será lucha, para otros paz, para los de aquí error, para los de allí… Para mí, estar más contento que triste y más ilusionado que apático. Cierto bienestar, diría. Leí que si estás triste y te fuerzas una sonrisa, ya te alegras un poco (y es verdad, sólo hay que comprobarlo); hasta ese punto cuerpo y mente son una misma cosa o dependen uno de la otra.

Y si, como decía al principio, tanto vende la palabra felicidad, ¿no será que la sociedad occidental y capitalista no la produce?, ¿no será un fracaso del/el capitalismo?, ¿tendríamos que cambiarlo por un sistema cuya meta fuera la felicidad y el bienestar o por lo menos modificarlo en lugar de ir poniendo parches por aquí y por allá, de vender fórmulas, de curar tanto enfermo? Me parece recordar que uno de los fundadores de Estados Unidos afirmaba que el ciudadano tenía todo el derecho a alzarse contra su gobierno si éste le impedía ser feliz.

***

Demasiadas presiones. Demasiados cambios. Demasiado estrés. Demasiados enfermos. Demasiados suicidios. Los humanos no somos tuercas. Ni hormigas, ¿o sí? ¿Hay otro sistema viable con los cerca de 7000 millones de habitantes que pueblan el planeta?

Hace falta una ética nueva. Nuevos valores. Ya está dicho: hay tantas morales como personas. Luego imponer una sobre las demás abocará al fracaso. Si consensuamos una ética –y en esto debería centrarse la política- habría que tener en cuenta que ninguna consensuada nos satisfará si no nos ilusiona y nos recompensa (¿sólo capital o bienestar antes que capital?). Mientras que una impuesta satisfará a algunos y atormentará a otros.

Para conseguir la felicidad, Voltaire habla en uno de sus cuentos de trabajar y no pensar. Y así la felicidad nace sola, supongo que quiso decir. Pero, hoy día, creo que gran parte de nuestros males proviene del trabajo, al que muchos ven como la versión moderna de la esclavitud. No en vano, el sueño de no trabajar está en la mente de muchos. Bien lo saben los gobiernos y las casas de apuestas. ¿Quién continuaría trabajando si tuviera los recursos necesarios para ir tirando? Sí, siempre hay alguien que no sabe qué hacer con su tiempo, pero es aquel a quien el síntoma de la esclavitud le ha calado hasta lo más hondo. O al codicioso. O al que le gusta mucho su tajo. Suerte del que en esta sociedad halla un trabajo que coincide de pleno con su, digamos, vocación o misión. Voltaire no se refería a este tipo de trabajo, seguro.

El quid de la felicidad, a mi juicio, es un estado ante la vida. No hay que ver la felicidad como un objetivo (¡ojo!, ten tu/s objetivo/s, mejor que mejor si estás así bien; cada maestrillo tiene su librillo). No hay que confundir la felicidad con la euforia, esto es la alegría extrema. Pues ella también nos deforma la realidad, como lo hace la ira o la tristeza. Todo hay que vivirlo (el sí y el no), fluirlo: como un río moldea un canto del río, redondeando sus aristas, que decía otro. Bienaventurado, sin embargo, el eufórico si se aguanta a sí mismo. Porque la euforia, al menos yo, la vivo de tanto en cuanto, más como resultado de alcanzar objetivos o en situaciones concretas.

Valorar con juicio: qué quiero, qué necesito, qué tengo. Ilusión. Razón. Sentido. En fin, vitalidad y serenidad. Aprovechar el error para reconocer cuánto falta para conocerse a uno mismo y para mejorar. Saber que caerás, pero también que te levantarás y no culparte a la primera de cambio, y sin motivo, por el tropiezo. También, líderes, de los que andamos escasos. Metas comunes sobre las que construir éticas. Y creíbles. ¿Quién con buena fe no quiere acabar con las guerras y el hambre? No sólo depende del/lo poderoso, aunque sí en mucha mayor medida.

Todo esto no son más que fórmulas. Cada cual su camino. E insisto: ¿no sería mejor un sistema alternativo al nuestro, al que busca generar capital?

¿Cuál?, ¿cuál?, ¿cuál?...

Del todo no reniego del capitalismo: sus incentivos han creado el mundo en el que ahora vivimos… con sus bondades y maldades, ¡que menudas son! Si la justicia contara con medios suficientes y coraje, no existirían los desmanes que vemos. Un conocido me dijo que quizás el cambio no haya que esperarlo de arriba. Naturalmente, quienes poseen cuota de poder –su pastel, su cortijo- defenderán a ultranza el sistema que se lo otorgó.

Después de todo, a lo mejor, lo mejor sean los parches. Mientras tanto, pensemos en un sistema alternativo, por si las moscas. Y lo dejo ya, porque escribir sobre la felicidad empieza a ser deprimente y hiede a pesimismo.

¡Salgamos a la calle, sonriamos y miremos al cielo!

Añadidos: (1) ¿Es el mundo -mejor dicho- nuestra vida difícil o la complicamos nosotros? Repito que creo que depende en mayor medida de nuestras valoraciones y reacciones. (2) Como dije al principio esto de la felicidad está repleto de máximas y sentencias. Ahí va otra que me gustó. "Cuanta más felicidad proporciones más aumentará la tuya", o algo así. Ahora sí, hasta luego. Saludos.

martes, 5 de octubre de 2010


Cómo nos influyen los medios

[Texto con el que participé hace un año en el premio Enrique Ferran de la revista El Ciervo. Proponían escribir sobre cómo nos influyen los medios].

Colijo de la propuesta que los medios influyen en el ser humano y, con esta afirmación, formulo una sentencia apodíctica: el mundo influye en las personas, sin remedio. Nacemos en un universo que funciona bajo unas determinadas fuerzas. La gravedad, sin ir más lejos, condiciona en alto grado la fisiología de nuestro cuerpo; tan sólo hay que observar cómo se modifican los tejidos humanos en astronautas que orbitan la Tierra durante unos pocos días. Al poco de nacer entran en juego otras variables: el país de origen y la época histórica son insoslayables. El círculo se estrecha más a medida que crecemos. Las influencias se concentran primero en la familia, luego en los amigos, en los compañeros de estudio y en los profesores, finalmente, en todo lo anterior más los colegas del trabajo, el sector de ocupación en el que nos desenvolvamos y los medios de comunicación y de ocio; en resumen, apropiándome de un par de palabras de Josep Pla, las influencias manan del “paisaje básico” de la persona.

La potencialidad de influjo de los medios de comunicación (internet, libros, revistas, radio, televisión y prensa tradicional) es incuestionable. Como con acierto apuntan muchos teóricos de la comunicación, los medios no sólo influyen en el cómo pensar del individuo sino en el qué pensar. Inoculan en las mentes temas que un restringido grupo de personas –editores, líderes de opinión, directores, gobernantes, empresarios, periodistas…- alza a la categoría de noticias, desechando millones de hechos que jamás trascenderán más allá del ámbito local en el que se han producido, y, a la vez, colocan a los sucesos cribados en rango similar o idéntico a las preocupaciones cotidianas de millones de personas. Nos amplían, o eso creemos, nuestro “paisaje básico”, nos inquietamos, por ejemplo, por acontecimientos acaecidos a miles de kilómetros.

En este sentido, el mundo en sí hace las veces de lo que los psicólogos denominan inconsciencia cuando hablan de la mente, y el esquema o jerarquización del funcionamiento del mundo que difunden los medios viene a ser lo que esos mismos profesionales designan como consciencia. Creo que queda claro que la potencialidad de influencia es capital, pero por si hubiera algún resquicio baste señalar que las empresas no se anunciarían si el poder de modificar comportamientos a través de la imagen o la palabra y, por ende, de los medios –altavoces magníficos de la palabra y los actos- no existiera. ¿Qué pasaría si Coca-cola dejara de promocionarse y aprovechara la ocasión Pepsi para para inundar los espacios con un novedoso producto? ¿Qué pasaría si, de golpe y porrazo, los medios se volcaran en la propaganda de un nuevo partido político y aislasen a los tradicionales? ¿Qué pasó, en definitiva, cuando se radiotransmitió en Estados Unidos la invasión marciana de la Tierra? No quiero decir que todo el mundo bebería Pepsi y no Coca-cola desde entonces, ni que nadie más votara al PNV, al PP o al PSOE o que todo bicho viviente en EUA saliera rifle en ristre a fulminar extraterrestres. Pero me parecen claros ejemplos dela fuerza de los medios. ¿O alguien pondría la mano en el fuego y aseguraría que si hubiera vivido en la Alemania nazi habría sido uno de los pocos que actuó inmune a la propaganda de Goebbels?

Todo el tiempo he hablado de potencialidad, pues, de cajón, si no hay público no hay influencia, ni se moldean caracteres, ni se educa, ni se manipula -en el buen o en el mal sentido- ni, por el contrario, se mantiene una actitud crítica ante el bombardeo mediático. Hay que recordar que vivimos en cierta sociedad y tiempo. Los medios de comunicación de masas tradicionales vierten los contenidos, sobre todo, en la sociedad occidental, con noticias que se generan en los países más poderosos. Prueba de ello es que, ahora que China despierta, del gigante asiático también fluyen más noticias, y ello, pese a la censura del gobierno de Pekín.

¿Cómo nos influye, entonces, la información recibida? La información se basa en la palabra o en la imagen, y en cómo se estructura el discurso. El medio es el altavoz, o como ilustran algunos profesionales de la publicidad, el masaje, no el mensaje, o no sólo. La información primero nos moldea o nos diseña un pensamiento, el pensamiento genera una cierta emoción que conduce al acto (ya sea la compra de un producto, ya una movilización, ya un boicot…), pero, la mayoría de las veces, las noticias generan comentarios, criticas y protestas y, de ahí, casi no pasan. Esto se debe a la sobreabundancia informativa y a que la noticia, en muchas ocasiones, abandona el coto de la excepción y el cambio para convertirse en la descripción de la norma. El sensacionalismo también hace estragos; el mal uso de adjetivos, por ejemplo, termina por banalizarlos, y, cuando se usan con propiedad, han perdido todo su valor por el camino.

Antes he escrito en cursiva la palabra “casi”. Me explico. El hecho de que ante una noticia muchas veces no ocurra nada también es un efecto de la causa, y a la vez estos efectos nulos constituyen, precisamente, los pequeños ladrillos que levantan, poco a poco, la gran presa de la indiferencia –“si no hay nada que hacer”, “el mundo siempre ha funcionado así”, “los ricos hace mucho que se repartieron las tierras”- Pero no hay que negligir el poder de la persona, evidentemente. Una misma noticia desembocará en una acción en unos y en pasividad en otros. Mucha gente, lógicamente, ya tiene suficiente con su vida laboral, personal y familiar. Argumentan que pagan a terceros para que, en teoría, se ocupen de problemas que les incumben aunque sea indirectamente. En la práctica, quienes deberían preocuparse muchas veces hacen la vista gorda. De ahí, la importancia de la prensa, cuyo embrión debe ser la denuncia.

Ante los medios, el periodista y el lector necesitan una actitud crítica. El periodista ha de inquirir a todas las fuentes implicadas en la noticia y, sobre todo, debe contextualizar la información con honestidad, atento siempre, en especial en política, a detectar si te quieren dar propaganda por noticia. El lector o público, por su parte, no debe tragar como tabula rasa –afortunadamente no siempre ocurre así- y, ante temas que le interesen, debe buscar otras fuentes. Como dice un libro de televisión para niños: “Tú mira las noticias y a partir de lo que dicen imagina qué ha ocurrido”.

viernes, 1 de octubre de 2010


La inteligencia al margen de la vida

Todos los animales son inteligentes, desde los reptiles hasta los gatos pasando por las microscópicas células. ¿Por qué aseguro con tal rotundidad que la inteligencia impregna todo ser viviente? Porque todo ser viviente entiende -sea a nivel consciente o no- la vinculación causa-efecto por la que se rige, o parece regirse, el escenario en el que pacemos. Harina de otro costal es dilucidar si el ser humano es el más inteligente de ellos.

Podríamos afirmar que la diferencia fundamental del tipo de inteligencia que el humano gasta de la del resto de seres vivos, o de una mayoría de ellos, sea la capacidad humana para trabajar con pasado y futuro lejanos y, más crucial aún, con condicional. En principio, el condicional ha provocado el desarrollo humano porque nos ha permitido imaginar situaciones inexistentes que se han demostrado factibles al actuar de cierta manera. Pero es que todo animal actúa según un condicional. Si un gato tiene frío se acerca a una estufa. La mente gatuna elucubra: “Las células me envían la señal de frío en forma de incomodidad generalizada de mi cuerpo. Hay una estufa encendida. La estufa emite calor. Lo sé por experiencia o porque si me acerco las células se calmarán por el calor y dejarán de turbar mi mente y en consecuencia mi cuerpo”. A partir de estas premisas el felino se conduce. Es capaz de un futuro cercano o un condicional simple.

¿Qué diferencia hay, pues, entre esta reflexión y otra humana?, ¿la complejidad de razonamientos? Tal vez, pero antes hay otra referida a la calidad más que a la cantidad. Mientras que la mente del gato le ha movido a comportarse así sin que su intelecto sea consciente de esos juicios, o sólo consciente durante una nanonésima del segundo, la mente del humano puede hacerlos conscientes el tiempo que desee. Ahí radica la diferencia. El humano se da cuenta -si quiere y/o indaga, mientras no le duela y opte por gandulear- de los pormenores de gran parte de su conducta, alguna de ella promovida por necesidades fisiológicas, emocionales, psicológicas y –quizás, las menos- debidas a la razón; de otra forma, se da cuenta de que una o múltiples causas provocan uno o múltiples efectos. Es, si se quiere, uno o muchos pasos más en la evolución de la psique. Queda claro, en todo caso, que la psique existe al margen de la consciencia, del darse cuenta.

Una vez un ser vivo se da cuenta de algo durante un periodo de tiempo relativamente extenso, está claro que comenzará a preguntarse por todo lo que le rodea, y tarde o temprano, o a la vez, por él incluido. Eso si una pincelada de esa nueva realidad aprehendida no repele al animal en cuestión, ya sea por miedo, ya por dolor -como un calambrazo nos hace separar los dedos de un enchufe-, y le retrotrae de forma automática a su refugio inconsciente. La consciencia, el conocimiento de una realidad hasta entonces ignorada por el bicho, puede asustar a quien no la haya sentido nunca y hasta doler. El golpe, de no sentir a sentir, de no ser en a ser en, debe ser tan físico como el susodicho latigazo eléctrico. ¿Me pregunto cuántos animales o seres vivos no habrán sentido ese miedo y se habrán retirado a refugiarse en el apacible caparazón de la inconsciencia? o ¿cuántas veces el humano continúa actuando como un “simple” animal y se esconde ante lo desconocido, a lo que considera amenazador? Es más ¿no será, precisamente, ese miedo a lo desconocido un resquicio del dolor que experimentamos al nacer a la realidad consciente y a la autoconsciente?

Volvamos al ser vivo no humano. Si el viviente transgrede la frontera (el mito de la expulsión del paraíso que contienen muchas religiones debió de nacer de aquí, digo yo) y comienza a preguntar por lo que le rodea y por él mismo, habrá alcanzado el importante hito de la autoconsciencia o del reconocimiento existencial de sí mismo. Pero, como he señalado, esto no es más que un hito en el camino, crucial, pero hito. Con esto no quiero quitar trascendencia al paso, sino señalar que se trata de una etapa, no de una meta. En la autoconciencia no tiene por qué concluir el camino, como de hecho estoy convencido de que no lo hace, punto que trataré más adelante. De aquí se deriva, sin embargo, y con esto concluyo de antemano, que el humano no es una finalidad ni una culminación tal y como profieren algunas religiones. Parece más bien un camino de conocimiento, y de momento hemos traspasado el umbral que separa la inconsciencia de la consciencia. La evolución sigue su camino.

Conocer significa que nuestra consciencia aumenta y/o crece. ¿Qué instrumentos usa el humano, el ser autoconsciente, en última instancia para continuar el viaje del conocimiento, es decir, para aumentar su consciencia? La razón pura y el método científico. No me olvido de que los instintos y las emociones juegan un papel extraordinario como motor o acicate de esa marcha y que son indispensables para vivir con plenitud, pero en nuestra etapa evolutiva a éstos se les añade con fuerza la combinación del juicio y la ciencia. Sea como fuere, el conocimiento de todo -nosotros mismos y lo que nos rodea- hace las veces de zanahoria para el asno. [Aunque colateral a lo que trato, la pregunta sería: ¿quiénes somos nosotros: el asno o el arriero? En ambos casos, buscamos satisfacer un placer, pero si somos los asnos habría algo o alguien que se estaría aprovechando de nosotros. Esto me recuerda a la posible y plausible hipótesis dawkiniana según la cual la vida tan sólo es un caparazón de la que se sirven los genes para ser inmortales. ¿Serían los genes, al final de todo, los responsables de esta búsqueda incesante?].

El humano, decía, se sirve de la razón y la ciencia para conocerse a sí mismo y al cosmos (entiendo por cosmos todo lo que es, lo conozcamos o no). Llega el momento de detenernos para dilucidar qué es la inteligencia o, por lo menos, qué entiendo que tengo derecho a comprender sobre el hecho de inteligencia. La inteligencia es la capacidad de enlazar causas y efectos . Somos, por tanto, inteligentes en la medida en que amoldamos la mente a dicha relación, en aproximarla al máximo. No tenemos más derecho que creer que eso es la inteligencia puesto que es por lo que se rige todo o, al menos, lo que hasta ahora hemos conocido. Tender a descubrir ese tipo de correlación en lo que existe será una conducta inteligente porque así se rige todo, insisto. Hablo de tender al conocimiento, que, aunque, a veces, en el primer encontronazo, pueda parecer perjudicial, a la larga siempre nos será beneficioso, puesto que nos ampliará la consciencia.

Por lo tanto, si esa tendencia es inteligente porque se acerca y entiende la vinculación causa-efecto por la que se rige el universo, eso significa que las relaciones por las que se rige el universo son inteligentes. Entonces, la inteligencia nos la hemos apropiado como cualidad singular de la vida cuando no es así: la inteligencia existe al margen de la vida y de nosotros: la inteligencia no necesita vida. La evolución del cosmos y de la vida son inteligentes por definición aunque no se originen de ningún tipo de vida ni la necesiten para explicarse.

Tendemos a reflejar lo que percibimos. La tarea consiste en rasgar velos. Si esto es así, poseemos un cerebro que capta lo que recibe a través de los sentidos (en este caso, sería un simple receptor de los datos que pueblan el cosmos) y los procesa mediante la razón (esto es establecer las relaciones causa-efecto ciertas entre dos sucesos) ¿Puede que existan otro tipo de vinculaciones? Es muy probable que a medida que nuestro conocimiento o consciencia medre aparezcan nuevas capacidades más allá de lo que ahora entendemos por consciencia, es decir, más allá del darnos cuenta de. Imaginen al humano nadando en la enorme charca de gravedad cero, con un cerebro libre de la fuerza gravitatoria, apto para crecer y crecer casi sin límite… Casi seguro aparecerían nuevas capacidades que ahora no podemos ni si quiera sospechar porque, al igual que el cerebro del gato no puede captar por su tamaño diminuto la autoconsciencia en que nos desenvolvemos, el nuestro, en las condiciones actuales, tampoco puede si quiera imaginar las capacidades de esas entidades futuras.

Pero en cuanto a otras vinculaciones, ignoro si la relación causa-efecto es Verdadera, pero es la más cierta con la que de momento contamos. Supongamos, no obstante, que contempláramos la vida o la existencia al revés de como ocurre, (de hecho, bien podría ocurrir así ahora y aquí, pero poco importaría). Si el principio fuera el final y el final el principio, la muerte sería el origen, el nacimiento el final, el big-bang el final y el big-crunch o el enfríamiento total del cosmos el inicio, y el gen o primer autoreplicante el final y un ser vivo indefinido el principio. ¿No llamaríamos de todos modos al efecto causa, y al revés, a la causa efecto, sin mayor problema? Hallaríamos natural que tras despedazarse un vaso de vidrio se reconstruyera en nuestra mano y nos extrañaríamos de lo contrario, de que tras caer de nuestras manos se hiciera añicos contra el suelo.

Sea como fuere, en ambos casos, parecería que todo proviene de lo indefinido (inexplicable, indecible, incomprensible), justo a lo que muchas civilizaciones han denominado dios, y que todo vuelve a lo indefinido. ¿No sería todo un ciclo? ¿Una espiral del tipo doble hélice del ADN? ¿Una semilla que desemboca en un árbol, que se ramifica, da fruto, se deposita en la tierra y da un nuevo fruto?

Todo no es más que una paja mental…

miércoles, 29 de septiembre de 2010


Estrés

Leí que el estrés es cuando tenemos muchas cosas que hacer en poco tiempo o poco tiempo para hacer algo. Pero añadiría que además es necesario que el sujeto padezca con ello y que este sufrimiento le desagrade en exceso.

domingo, 12 de septiembre de 2010


Juego: ser humano

Reglas del juego
Te acoplarás a un cuerpo en plena simbiosis, con la casi imposibilidad de distinguir entre lo inexplicable, la mente y la entidad corpórea. Te identificarás con aquello que tus sentidos intuyan de tu cuerpo y con lo que el sentido interno capte de tu mente; ante tales impresiones crearás un yo, entidad que supondrás individual. Todo te influirá en mayor o menor medida, aunque siempre filtrado por los sentidos y la mente. Te regirás por leyes físicas establecidas, aunque para ti y el mundo en el que emergerás os sean desconocidas. Ignorarás de dónde procedes y para qué existes. Tu sabiduría inicial se limitará a la posesión de la capacidad intuitiva y de aprendizaje. Jugarás durante un tiempo incierto. Empezarás a jugar dentro de un periodo histórico al azar, por lo que no experimentarás las vivencias de quienes te precedan y sucedan, tan sólo las de tus contemporáneos y sólo las de unos pocos de ellos. En compensación, y dependiendo de la época en la que juegues, te beneficiarás de la capacidad de aprendizaje de tu especie. Ejemplo: los jugadores eternizan de algún modo sus inventos y descubrimientos. Una vez empieces el juego no se podrá cambiar ninguna norma, auque sí todo lo que valoras, y vivirás en ese mundo hasta el fin del juego, en el que continuará su camino un número indeterminado de jugadores que al igual que tu eligieron el mismo juego. Por lo tanto, lo que hagas o dejes de hacer tendrá la capacidad de influir en las entidades coetáneas a ti y en las venideras.

Ayudas

Contarás con la ayuda de otras entidades muy similares a ti y con la variedad intrínseca a ti. Te beneficiarás de la composición del escenario que has elegido, integrado por un material maleable a niveles insospechados. Amor, alegría, razón, respeto, libertad, coraje: tus mejores armas.

Inconvenientes

Padecerás todas las dificultades que comporte vivir en un mundo con unas determinadas leyes físicas. Ejemplo: sufrirás dolor y morirás (fin de juego). Puede que dudes y confundas ilusión y realidad. Padecerás por tu soledad y la de tus congéneres, y por las relaciones de los humanos.

Objetivo

Sin objetivos preestablecidos. Cada cual buscará o no el suyo.

Recompensa

El reto.


El Evangelio, según Nintendo

lunes, 30 de agosto de 2010


Aburrimiento y asco

Schopenhauer afirmaba que a lo largo de la historia los seres humanos han tenido en común la lucha contra el aburrimiento. La actividad humana busca la distracción y la huída de sí mismo. Es poco probable hallar al común de los mortales sin hacer nada durante un periodo de tiempo extenso, a menos que se le obligue. O trabaja, o juega, o lee, o ve películas, o sexea, o duerme… la cuestión es aniquilar el tedio. El común de los mortales alberga la suerte de mantenerse ocupado durante la mayor parte del tiempo. Pero cuando esto no ocurre surgen hasta enfermedades. Baste sólo observar las conductas depresivas que genera el paro, provocadas en gran parte por el sentimiento de inutilidad que nace del tiempo libre ganado al trabajo, o bien por vernos incapaces de mantener una familia, pensamiento irracional ya que la mayoría de veces la condición de parado no es culpa del trabajador y la condición de útil necesita de un sistema de referencia. Sea como fuere, tal situación aboca a algunos a la desesperación y, a lo peor, a la depresión.

El parado sempiterno puede bregar contra el aburrimiento. El latazo, el tedio, el hastío, el aburrimiento, como se le quiera llamar, una vez que nos ha inundado, es muy peligroso, porque nos puede conducir al asco y a la susodicha depresión. Si bien el tedio espolea a la voluntad humana para que opte por la distracción -sea el entretenimiento de cualquier naturaleza- una vez atrapados por el hastío resulta difícil zafarse. Pero al igual que casi todas las emociones no son absolutas o, si lo son, sólo durante un cierto lapso de tiempo, al aburrimiento le ocurre lo mismo. Aunque estemos en pleno clímax de tedio, hay que aprovechar para agarrase a la luz de razón que todavía ocupa cierta superficie de nuestra voluntad, aunque sea mínima, para conquistar de nuevo terreno al aburrimiento. Es más, debemos considerar al aburrimiento como al miedo o a la ira. Como éstos, si no estimula la acción racional, entorpece el discernimiento o lo neutraliza. Por lo tanto, ante el aburrimiento constante debemos actuar como si de un reto se tratara. Lo fácil es sucumbir a él; si lo pensamos es lo lógico.

En el aburrimiento, como ante otras emociones potencialmente negativas –ira, miedo, angustia-, debemos dar con la oportunidad para conocernos. Es precisamente en estas fronteras en donde tendremos la posibilidad de sopesar nuestras habilidades y capacidades para actuar; en todo caso, si el examen deja mucho que desear, podemos entrenar para mejorar a nuestro gusto. Para ello, ante todo, necesitamos calma y coraje, con el fin de que la razón no quede ahogada por las emociones. A ello puede ayudarnos ejercicios de relajación física, de respiración y de meditación –relajación mental-. Debemos, primero, reconocer que nuestro juicio y, en consecuencia, la conducta están imbuidas por emociones negativas –ya sea ira, ya aburrimiento, ya miedo- y que no se rigen, por lo menos en ese momento, plenamente por la razón. “Digo, pienso o hago esto porque estoy muy cansado, aburrido o tengo miedo, pero sé que en otras circunstancias no diría, pensaría o actuaría de tal forma”, nos podríamos decir a nosotros mismos. Una vez que hemos dado la oportunidad a la razón, que hemos identificado un espacio de nuestra voluntad que se rige por la razón, el segundo paso es someter el juicio inundado por la emoción a la prueba de la razón pura, a la no contaminada, y reconocer si tal pensamiento surgido del aburrimiento, el miedo o la ira tiene razón de ser.

Ahora nos ocupa el aburrimiento. Más que una emoción el aburrimiento es un estado que provoca la emoción de la apatía, que a su vez, y cuando es de forma continuada y sistemática, penetra la voluntad de negativismo, asco y depresión. Una vez leí que un avión se estrelló porque los pilotos se aburrían. Decidieron tocar botoncitos en pleno vuelo para comprobar qué ocurría. La gracieta costó la vida a decenas o centenares de personas. ¡A cuántas guerras habrán acudido aburridos!
Ante el agobio, activarse paseando, tomando una copa con los amigos, escuchando música o, mejor, aprendiendo a controlar el ir y venir del pensamiento, que se mueve en el cerebro como un río revuelto. Aprende a sujetarlo: amánsalo, somételo, condúcelo en la dirección deseada, domestícalo, en fin, razona. También puedes aprovechar para masticar el transcurrir del tiempo y saborearlo en toda su esencia, sin nada más que hacer. Palpa el aburrimiento en sí. Es el mejor momento para hablar contigo mismo. El resto del tiempo el tiempo se esfuma como el humo.
Es normal aburrirse de cuando en vez, digo yo. Es más, hay ocasiones en las que buscas ese tedio. Lo anormal es cuando te aburres con demasiada frecuencia y padeces por ello.

domingo, 4 de julio de 2010


Números irracionales y racionales

Los números racionales tienen una cantidad determinada de decimales; o bien, indeterminada pero periódica. En los irracionales, por el contrario, los decimales son ilimitados. Por ejemplo, el número π.

No entiendo por qué se les llama así. A mi juicio, los verdaderos racionales son los irracionales, y viceversa.

En la realidad física, ¿qué medidas existen fijas? Ninguna. En cambio, las medidas siempre se mueven con indeterminaciones, con aproximaciones. Veo más racional π, cuyos decimales no tienen fin, y por ello se ajusta mejor a la realidad que describe, que no un número de los llamados racionales, que sólo están en nuestras cabezas.

¿Esa indeterminación de la medida de las magnitudes debe su existencia a la del principio de incertidumbre?

lunes, 21 de junio de 2010


Nietzsche y Ortega

Uno de mis escritores favoritos es el gran filósofo alemán Friderich Nietzsche. Cuando cayó en mis manos Zaratustra, el impacto en mí fue tan brutal y transformador que aún no he acabado de digerirlo ni probablemente he notado todas sus efectos. Nunca antes un autor me había robado tantas horas de sueño. Me iba a dormir tarde y madrugaba para continuar leyéndolo. Así, empecé con algunas de sus obras más conocidas, como Aurora, La gaya ciencia, La genealogía de la moral, Más allá del bien y del mal, Ecce Homo o el Anticristo, entre otros.

Pero esta entrada no va sólo del pensador germano. Desde que lo leí me gusta rastrearlo en los escritos de otros pensadores y escritores del siglo XX. Y a menudo lo hallo. Al igual que ya forma parte de mí, lógico es que haya formado y forme parte de otros. Porque los memes nietzscheanos se han extendido por entre filósofos, científicos y hombres de letras de todo el orbe, y de éstos a la carnaza (entre los que me incluyo), inconscientes muchas veces de su presencia. Tiempo atrás hice una pieza del influjo que, a mi juicio, Nietzsche debió haber tenido sobre Freud. Si Freud es el padre del psicoanálisis, Nietzsche es el abuelo, digo. Después de haber escrito aquella pieza comprobé que ya se había hablado sobre esta influencia.

No hace mucho que he leído “La rebelión de las masas”, libro en el que también he reconocido el aroma a Nietzsche. Disfruté de su lectura: cómo disecciona la sociedad en que le tocó vivir, a veces muy parecida a la nuestra, si atendemos a las descripciones que Ortega nos ofrece: “Vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. (…) Hoy, de puro parecernos todo posible, presentimos que es posible también lo peor: el retroceso, la barbarie, la decadencia”. Me pregunto si está describiendo su época, la nuestra u otras muchas que fueron y serán.

O cómo describe la vida: “Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo”. De ahí que muchos, y más en este cambio de siglo protagonizado por una aglutinación inusual de cambios en todos los campos del vivir, prefieran ser mandados, esclavos. Prefieren descansar. Aquí veo a Nietzsche. Dueños de nuestro destino. “La masa (…) odia a muerte lo que no es ella”. O formas parte del grupo o te aguarda el ostracismo. Poder, poder y poder, en todos los ámbitos y niveles de la vida. Más Nietzsche.

O al hombre-masa: “Esto nos lleva a apuntar en el diagrama psicológico del hombre-masa actual dos primeros rasgos: la libre expansión de sus deseos vitales –por tanto, de su persona- y la radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia”. Me suena bastante, de nuevo. ¿Describe al tipo de su época o al de la nuestra? El hombre-masa considera la organización social como naturaleza, y, al no verla como un logro, exige las ventajas que de ella se desprenden con urgencia, “cual si fueran derechos nativos”, nos dice. Aunque de esta nuestra civilización hay mucho que mejorar, digo.

He puesto aquí sólo unas pinceladas de la descripción del hombre-masa, un individuo que ya no escucha porque ya cree que sabe de todo: “Para qué oír, si ya tiene dentro cuanto falta? Ya no es sazón de escuchar, sino, al contrario, de juzgar, de sentenciar, de decidir”. Me ha sido imposible no leer a Nietzsche en Ortega. El hombre-masa, no como clase social, sino espiritual –“cuya vida carece de proyecto y va a la deriva”-, equivale al hombre nietzscheano, y el noble, al superhombre del alemán. Tampoco se escapa el vitalismo y la autenticidad aunque los aplique a las sociedades y a la política: “Sólo hay una decadencia absoluta: la que consiste en una vitalidad menguante”. Ortega reclama autenticidad “para franquear el paso a un futuro estimable”. Otra vez el alemán. La búsqueda del ser auténtico que “predicaba”.

Otros apuntes sobre el libro:

Uno, Ortega cita en un momento a Anatole France: “Por eso decía Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás”. Me llamó la atención esta frase porque tuve un profesor en la universidad que repetía a menudo que prefería a los hijos de puta antes que a las buenas personas. A aquellos se les ve venir, mientras que éstos "esconden" su incompetencia y/o negligencia bajo la máscara de la bondad.

Dos: “Pero el destino –lo que vitalmente se tiene que ser o no se tiene que ser- no se discute, sino que se acepta o no. Si lo aceptamos, somos auténticos; si no lo aceptamos, somos la negación, la falsificación de nosotros mismos”; y entonces nos refiere a una nota a pie que dice: “Envilecimiento, encanallamiento, no es otra cosa que el modo de vida que le queda al que se ha negado a ser el que tiene que ser. Éste su auténtico ser no muere por eso, sino que se convierte en sombra acusadora, en fantasma, que le hace sentir constantemente la inferioridad de la existencia que lleva respecto a la que tenía que llevar. El envilecido es el suicida superviviente”.

No sé de las creencias de Ortega, pero de inquietante afirmación se desprende que creía en una trascendencia. Pero ese tener que hacer, ese “destino”, ¿no es, quizás, el sentimiento del deber impreso por el cristianismo en el individuo y la sociedad occidental, la culpa previa a la acción, la misma que después nos acusará si no hacemos lo que la moral imperante nos decía que teníamos que haber hecho, ya fuera deber o querer? ¿No será todo esa idea de destino una quimera, todo lo que podríamos haber sido y no hemos sido, cuando mientras tanto tan sólo pasamos, más que somos?

Tres: “Pero Einstein ha necesitado saturarse de Kant y de Mach para poder llegar a su aguda síntesis”. Añadir que el mismo Einstein manifestó en vida la impresión que le produjo leer a Nietzsche.

Y de regalo, este bonito aforismo descontextualizado, que es cuando cobra pleno valor: “El joven no necesita razones para vivir: sólo necesita pretextos”. Porque la vida es el valor supremo, digo yo.

En cambio, ojo, con esta otra sentencia: “El egoísmo aparente de los grandes pueblos y de los grandes hombres es la dureza inevitable con que tiene que comportarse quien tiene su vida puesta a una empresa”. Podría conducir a alguien a pisotear a quien sea o lo que sea.

En “La rebelión de las masas” las ideas fluyen a borbotones. Aquí sólo he querido relacionar a Ortega con Nietzsche. Para ello he usado algunas de las ideas que me han parecido comunes en ambos. Hay más episodios y sentencias en sus páginas por los que se vislumbra este vínculo. Nada anoto más de otros puntos capitales, como la existencia, el poder, el Estado, Europa… en otra ocasión o no. De Ortega podemos extraer ricas enseñanzas, de aquellas con las que forjarse un norte. Me quedo con la idea de proyecto a nivel social que el sujeto hace propio.



Añadido (sobre Nietzsche): “Nuestra religión no ha tenido fundamento humano más seguro que el desprecio de la vida”. Parece puro Nietzsche, y lo es, podríamos decir, en retrospectiva, porque la cita pertenece a Montaigne.

martes, 8 de junio de 2010


El cinismo. Poder, placer e identidad.

Acudí en febrero a una conferencia sobre la moral de los cínicos, Platón y Nietzsche, que impartió el profesor de la Universidad de Barcelona Daniel Gamper en la Biblioteca Jaume Fuster.

El profesor trató el término griego paraxía, que definió como “el hablar franco o el coraje de la verdad, el hablar sincero, desde el corazón”, “aquello que por decirlo según a quién, puede acarrearnos la muerte y, sin embargo, lo decimos a sabiendas”. Para que la paraxía exista no hay igualdad de condiciones. El paraxíasta está por debajo. El cínico decía la verdad por más que ésta le comportara el destierro, la ignominia o, incluso, la muerte.

“¿Por qué lo hacía, entonces?”, le pregunta una chica del público. “Por el acto de la verdad, no por demostrar ni por persuadir”, le contesta. “Aún no me queda claro”, replica ella, “¿en beneficio propio?”. En este momento, la inquietud me supera y, sin pedir turno de palabra, tercio: “Pienso que era por placer”. A lo que el conferenciante contesta: “Creo que zozobramos hacia el campo de la psicología, pero sí, dudo que hagamos algo que nos disguste. Más que placer goce”, puntualiza.

Digo. El cínico dice la verdad porque es débil. Al fuerte no les es necesaria la verdad: se impone y punto. El cínico goza al mantenerse firme en la afirmación del conocimiento, pese a que éste o su difusión le comporte un problema para su integridad física.

El goce que siente el cínico al decir la verdad ante el poderoso le confiere también poder e identidad. Afirmar su ser, le otorga poder. Placer, poder e identidad van unidos de forma inextricable.

Manteniéndose firme (de)muestra a su oponente que “sólo” blandiendo la razón y la verdad se coloca a la altura del más poderoso a pesar de que el suyo –digamos, el poder tangible- represente una ínfima parte del del otro. Cierto que la osadía le puede costar caro pero el filósofo prefiere permanecer junto a la verdad (no en), la única arma que posee para decirse a sí mismo que yo, su identidad, su existencia es, pese a las vicisitudes y las circunstancias de cada momento.

Vivir junto a la verdad, bajo la excusa del tipo “no quiero vivir una mentira” o “qué mérito tiene vivir en la contradicción como hace la mayoría”, le proporciona el poder y placer –sensaciones de existencia- que comprende que las circunstancias no le otorgan.

domingo, 6 de junio de 2010


Mezquitas por Europa

A veces recibo por correo power points en los que alguien se queja de que mientras en Europa hay centenares de mezquitas, en países islámicos no hay iglesias. No sé si es así, pero es posible.

Y digo yo: ¿aún no saben los autores de estos correos que en Europa hay democracias mientras que en la mayoría de países islámicos no? Orgulloso estoy de que en Europa exista libertad de credo. Europa, por lo menos en este sentido, es modelo a seguir. Que haya países que no lo sigan es evidente y lamentable, pero ello no significa que nosotros debamos quebrar la libertad conseguida por miles y miles de nuestros antepasados europeos. Lo correcto sería tratar de convencer para que en cualquier país del orbe haya esa libertad, y no negar a ciertos grupos la nuestra.

Harina de otro costal es que el musulmán, el budista, el taoísta o el judío intente imponer en España su doctrina. Bastante tenemos y hemos tenido con el catolicismo. Tampoco quiero decir con ello que esté en contra del proselitismo. Sin proselitismo, lógicamente, cualquier religión acaba por fenecer. Pero que jamás intenten captar adeptos con el miedo o la coacción. Si esto ocurriera sería trabajo del Pueblo y la Justicia evitarlo.

lunes, 17 de mayo de 2010


Somos reproductores de realidad

Escribí hace unas semanas el texto que a continuación transcribo. Pero como carezco de conocimiento sobre física y matemáticas no lo tomen en serio (lo digo en serio). Al final, sin embargo, explicaré por qué ahora lo publico.
Los seres vivos somos reproductores. Los sentidos captan algo que la mente reproduce. Construimos así la realidad. ¿De acuerdo? Esta realidad la capta algo en nuestro interior (llamémosle sentido interno, yo, esencia, existencia en sí…): poco importa que el sí mismo sea producto del magín o una entidad independiente, como ahora consideramos la mente del cuerpo. El resto, pensamientos, mente, cuerpo, sentidos, es reproductor.

¿Cuál es la naturaleza del sí mismo? Luz. O por lo menos creo poder afirmar que nuestra esencia más interna, aquélla que ve el exterior, la que escudriña el paso de los pensamientos, la que se inunda de emociones, aquélla que provoca las reacciones, la que en última instancia edifica en su mente una idea del mundo, la voluntad, que la llamaron otros, en fin, eso es luz.

Existen, si no me equivoco, dos leyes fundamentales en física clásica –aunque la física es cuántica, no clásica-. A saber: que la velocidad de la luz es constante en el vacío y que no varía respecto de ningún sistema de referencia.

De estas leyes se desprende que si cualquier objeto se acercara a la velocidad de la luz, el tiempo se dilataría hasta el punto de detenerse si alcanzase dicha velocidad. Si esto es así, y lo es, quiere decir que el tiempo –ese flujo que creemos sentir- no existe, sino que lo que existe es una ilusión fruto de un equipo reproductor (cuerpo y mente) que reproduce la esencia como puede, a partir de datos de distinta índole que le arriban desde la esencia, como ondas lumínicas, sonoras o el sentido táctil.

La voluntad vive engañada creyendo que es finita debido al transcurso del tiempo -como ve cada día que le ocurre a su reproductor (insisto, cuerpo y mente) y a todo lo que la rodea-, porque viaja en este equipo reproductor que le muestra el sí mismo (la existencia misma) a una velocidad aparentemente cuasi estática y muy distinta de la suya -la de la voluntad, la del sí mismo-, que sería exactamente la velocidad de la luz, 300.000 kilómetros por segundo. Todo, sin embargo, es fijo. En esencia, la realidad cotidiana es fija en espacio y tiempo, pero el reproductor que nos separa de esa esencia proporciona datos a nuestra mente que interpreta mal (o quizás de la forma lo más adaptada posible, evolutivamente hablando, para la supervivencia del ser) y, en consecuencia, nuestro yo lee de forma errónea. Nuestro yo lee una ilusión espacial y temporal (nuestro día a día) porque cuerpo y mente así interpretan los datos que le llegan en forma de tacto, luz y ondas sonoras.

Si se consiguiera viajar a la velocidad de la luz, no es que el tiempo se detuviera, que también, es que cualquier cuerpo sería luz –la verdadera esencia- que es precisamente lo que somos ya ahora (ya que como en un sistema de referencia de movimiento, poco importa si se mueve un coche respecto de un peatón o un peatón respecto de un coche).
Hasta aquí el texto. Ahora los motivos. Me he leído un librito de colección que encontré de causalidad en un quiosco de mi barrio y que se titula La cuarta dimensión. ¿Es nuestro universo la sombra de otro?, escrito por Raúl Ibañez. El libro especula con la posibilidad de que exista una cuarta dimensión, más allá de la experimentada por nosotros, la del volumen.

Leyéndolo me vino a la mente la pieza antes transcrita y, rápidamente, relacioné el tiempo con la cuarta dimensión y con la idea de que cuerpo y mente no son más que meros reproductores que leen la esencia, esto sería esa cuarta dimensión. Al igual que–tal y como dice Raúl Ibañez- el punto divide a la línea en dos (izquierda y derecha), ésta a la superficie también en dos (delante y detrás) y la superficie al volumen de igual manera (arriba y abajo), la tercera dimensión o su transcurso sobre la cuarta, es decir, lo que nosotros percibimos como paso de tiempo, divide a la cuarta dimensión también en dos (pasado y futuro).

Como afirmaba en la pieza antes transcrita, la esencia –que vendría a ser esa cuarta dimensión- entonces sería estática, siempre presente.

Para imaginar cómo sería un objeto de la cuarta dimensión, el autor argumenta que de la misma forma que podemos representar en el plano una figura tridimensional, por método análogo se podrá trazar la sombra que produce un objeto tetradimensional en nuestro mundo. Afirma Raúl Ibañez que un cubo puede cercenarse en secciones que dibujarán superficies con formas geométricas diferentes dependiendo de la posición en la que lo cortemos (un cuadrado, la más obvia; un rectángulo, si está algo inclinado; un triángulo, desde el vértice; y un hexágono, cuando los vértices del triángulo tropiezan con los del cubo).

Imaginemos –prosigue el autor- que ahora un hipercubo o teseracto (el objeto tetradimensional) atraviesa nuestro mundo tridimensional, que hará las veces de superficie para un volumen. ¿Qué observaríamos, dice? Resumiendo, el autor razona que veríamos cubos, prismas, tetaedros, icosaedros según se talle al hipercubo por una cara cúbica, una arista o una superficie, o un vértice (en cuyo caso comenzaríamos por un punto).

O sea que, en el fondo, el uno es todo y el todo es uno. El punto contiene todas las dimensiones o ninguna. Es una línea, superficie, volumen o hiperobjeto –si existiera- en potencia. Captaremos un punto, una línea o un volumen en función de la dimensión desde la que observamos o de lo que se nos muestra de una esencia. Si un teseracto conforma figuras tan dispares en el mundo tridimensional, ¿no querrá decir que la cuarta dimensión es toda igual, uniforme, y que es vivir en la tercera dimensión –cuerpo y mente como reproductores- la que moldea esa esencia, o sea, a la cuarta?

En fin, la tercera dimensión no sería más que la carcasa, lo que percibimos a través de los sentidos. Sería “la encargada” de leer a la cuarta. ¿Por qué o para qué –en el supuesto que así fuera? Eso es otra cuestión. Diré, sin embargo, que tendemos a pensar que si la cuarta dimensión existiera abarcaría por encima a las tres que conocemos (línea, superficie y volumen). Pero quizás la cuarta sea la primera, la que constituye el tejido base del Universo, la dimensión de la que las demás emanan.

Por último, un alegato a favor de la cuarta dimensión. Es fácil imaginar un punto, una línea o una superficie y, en cambio, no lo es tanto imaginar un objeto tetradimensional. De ahí que, con facilidad, nos opongamos a la existencia de los hiperobjetos. Imaginamos con soltura un punto, una línea o una superficie porque los visualizamos por doquier. Sin embargo, ninguna de estas visualizaciones es correcta, ya que están basadas en la experiencia. Y nuestra experiencia es de tres dimensiones, no hay nada de una o dos dimensiones.

miércoles, 12 de mayo de 2010


Encima de pobres apaleados

Hace unas semanas oí a un sencillo comercial -como sencillo parece ser el gran economista- que la verdadera crisis llegaría a España en julio. Era la opinión más negativa que había escuchado en tiempo. Sorprendido por vaticinio tan lúgubre, le pregunté y me respondió que por círculos empresariales a la situación actual se la calificaba de precrisis.

Ya veremos, porque a la vez que Zapatero anuncia drásticos recortes sociales el INE confirma que España sale de la recesión.

Según afirmaba Salgado en septiembre de 2009, “los Presupuestos para 2010 que el Gobierno ha llevado este martes al Congreso tienen dos objetivos principales: conservar las prestaciones sociales y corregir el déficit del Estado gracias a la subida de impuestos y un recorte "sin precedentes" del gasto”. Vistos los recortes anunciados por Zapatero esta mañana en el Congreso, supongo que estábamos por entonces ante otro de los imperativos categóricos tales como: “Aprobaré el estatut que salga del Parlament de Catalunya”.

¿Por qué no se ha fijado un esfuerzo mayor en incremento de impuestos para las clases altas? ¿Por qué no se anulan fiestas e inauguraciones antes que recortar sueldos y pensiones? ¿Por qué no se elimina la lacra de la corrupción inherente al sistema político actual? ¿Por qué no acabar con el fraude fiscal -cuyo reajuste aportaría a las arcas del Estado entre 70 mil y 200 mil millones de euros, un 20% del PIB? (un poquito más de los 15.000 millones de euros que pretende ahorrar Zapatero con las medidas anunciadas)

Y el PP diciendo que él nunca lo hubiera hecho. Lo peor de todo es que en este país no hay más opciones...

lunes, 10 de mayo de 2010


¿Pero no estamos en crisis?

Este sábado estuve en la fiesta que el PSC celebró en el Parque Central de Nou Barris. El día anterior pregunté al coordinador de este partido en Barcelona, Enric Llorenç, cuánto costaba tamaño despliegue y me respondió que no lo sabía pero que “mucho”. Conste que no señalo al PSC en particular por derrochar dinero –pese a que los socialistas catalanes ocupan todas las poltronas de poder-, sino a todos los partidos en general.

Sea como fuere, el primer teniente de alcalde de Barcelona, Carles Martí, nada más ocupar la tribuna de oradores soltó: “Alguns diran: estem en temps de crisi, com pot ser que es facin festes?”. A lo que respondió que ahora más que nunca por dos motivos: uno, para estar con la gente y, dos, para dar ilusión y confianza en el futuro. Me sorprendió, sobre todo, la primera respuesta. ¿Cómo habla de estar con la gente con el pelotón de seguridad que acompañaba a la plana mayor socialista (léase Hereu y Montilla)?

viernes, 7 de mayo de 2010


¿Que si hay extraterrestres?

“¿Hay extraterrestres?”, pregunta el diario ADN en su edición digital. De cuanto en tanto, surge este debate en los medios o entre amigos. Ciertamente, sería extraño que nuestra especie anduviera sola en el cosmos, sin ningún otro ser que habitase rincón alguno del universo con el que pudiéramos entablar una comunicación parecida a la de los sapiens. Sin embargo, hasta la fecha la realidad es así de rara: no hemos contactado con nadie ni nadie lo ha hecho con nosotros. Bajo mi punto de vista –qué quieren que les diga- es muy extraño, al menos, en principio. Más cuando creo que hay vida extraterrestre muy avanzada en todos los ámbitos de conocimiento, pensables e impensables.

Con todo, ¿qué sustenta más tal afirmación: el deseo de no estar solos y de buscar respuestas que ni la ciencia ni la religión ni la filosofía ni el arte solventan o una argumentación racional de la existencia de dichos seres? Un poco de ambas, ¿no? ¡Qué grato sería topar con unos alienígenas millones de años avanzados que nos dijeran: “Tranquilos, pequeños humanos, que no estáis solos y esto es así o asá”! Que nos solucionaran los problemas y aniquilasen la angustia existencial, vaya.

El eminente astrofísico Stephen Hawking sostiene en el artículo del diario que, por cuestión de números, los extraterrestres deben existir. Estoy con él. Hace unos años asistí a una conferencia sobre exobiología en la que, entre los conferenciantes, se hallaban el exobiólogo Joan Oró y el astrónomo Fran Drake, con quien tuve la oportunidad de hablar cinco minutos. Drake ha calculado la probabilidad de que en nuestra galaxia, la Vía Láctea, existan extraterrestres con tecnología avanzada. La Vía Láctea contiene 100 mil millones de estrellas. Según su fórmula – cuyas incógnitas se van desvelando a medida que progresa el conocimiento-, y los cálculos hechos a partir de ella, en esta galaxia podrían coexistir entre 50 mil y un millón de civilizaciones avanzadas.

Y eso sólo para nuestra galaxia. Se calcula que hay otros tantos cientos de miles de millones de galaxias en el universo (cuando era pequeño solía leer que unos cien mil millones, ahora doy con cifras de hasta medio billón -500.000.000.000- y continúa creciendo). También recuerdo haber leído que en un puñado de arena, hay más granos que estrellas titilan a simple vista en el firmamento, pero que si contáramos los granos de arena de todos los desiertos del mundo, el número de estrellas que pueblan el cosmos sería aún mucho mayor. Son cifras para darse cuenta de que, por números, las posibilidades crecen. De la vida bacteriológica, que a veces se habla, estoy convencido de que la hallaremos hasta en Marte e, incluso, en la Luna. En la Tierra, se ha encontrado vida en los recovecos más inhóspitos (haya medrado allí o se haya adaptado, poco importa); a la mínima la vida detona por doquier. Imagino que es cuestión de tiempo que se confirme la noticia. Apuestas: ¿cuál se confirmará primero: la avanzada o la microscópica?

A todo esto hay que añadir que se busca vida bajo las premisas que conocemos que han tenido éxito en nuestro planeta (con agua, con carbono…), pero quizás existen formas exóticas de vida, las cuales somos incluso incapaces de reconocer. Pero a dónde me conduciría semejante especulación… que podría ser cierta, sí.

Volviendo a la pieza del periódico ADN, el astrofísico Sptehen Hawking –reproduce el diario- advierte que tengamos cuidado porque los alienígenas podrían ser unos parásitos o conquistadores o saqueadores, antropológicamente hablando. Pero ¿hay alguna autoridad en estos temas? No lo creo. Sí que hay quienes puedan opinar con más conocimiento de causa (biólogos, físicos, matemáticos…) pero autoridad, lo que se dice autoridad, cero patatero. ¿Cómo anticiparnos a las intenciones de dichos seres? Si algún día hacen acto de presencia, para bien o para mal, ya será demasiado tarde (aunque también podríamos ser nosotros quienes visitáramos de aquí a miles y miles de años una civilización más atrasada que la nuestra –y quién sabe si entonces sí que la arrasaríamos). Y otra cuestión algo más acuciante: ¿si realmente hay posibilidad de que exista vida alienígena muy avanzada, por qué no han contactado con nosotros?

Si echamos mano de los números aportados por la fórmula de Drake, de cada estrella que se estudie habrá en uno de los supuestos más optimistas un 0,000001 % de posibilidades de que ese astro contenga un sistema planetario que albergue una civilización tecnológica. O sea que para nosotros es difícil dar con ella (además tendríamos que disponer de los instrumentos adecuados para captar eventuales señales emitidas por dicha civilización, y que tuvieran la voluntad de comunicarse; arena de otro costal es detectar rasgos característicos de la vida en un planeta, porque para dicho fin ya hay métodos algo fiables). Sirva como ejemplo de la dificultad de dar con culturas alienígenas avanzadas que desde que se detectó el primer planeta orbitando a una estrella que no fuera nuestro Sol –allá por el año 1995, en 51Pegassi- “tan sólo” se han descubierto unos pocos centenares más y ninguno del tamaño de la Tierra, todos más parecidos a los gigantes gaseosos (la mayoría más grandes) y muchos de ellos más cercanos a su estrella que Mercurio del Sol.

Alguien podría objetar que una civilización, pongamos 5000 años más tecnificada que la nuestra o, mejor dicho, más avanzada que la nuestra –porque quizás el camino no sea la tecnología, ¿chi lo sa?- sí que nos hubiera encontrado a nosotros. Es verdad. Puede ser, ¡qué voy a decir!. “Pero entonces –me replicaría- ¿por qué no se presentan?” Y digo yo: ¿qué motivos les hemos dado para ello?, ¿tienen ellos motivos? De otra manera, ¿por qué nosotros íbamos a transfigurarnos en hormigas y decirles: “oye, que si queremos os podemos aplastar y podemos daros comida para el resto de vuestros días sin tener que currelar”?

Si algún día salimos al espacio con el afán de investigarlo previa adquisición de un notable conocimiento tecnológico y ético, ¿de verdad intervendremos en el proceso evolutivo de otros seres sin antes haber diseñado un protocolo que evalúe y fije la madurez exigible para ellos y nosotros antes de contactar? Ahora mismo, en nuestra época, en este siglo XXI, haríamos caso omiso a cualquier tipo de advertencia y nos abalanzaríamos sobre una cultura alienígena que pudiera reportarnos algún beneficio. Para muestra, contemplar las noticias de internacional de los medios de comunicación o hacer un somero repaso a la historia de los últimos siglos. Como no hemos alcanzado ese grado de madurez, tampoco hay que esperar un paso al frente de supuestos seres extraterrestres que nos llevaran observando desde hace milenios ...digo yo. Pero, como ya sabéis, todo esto no es más que especulación.

miércoles, 5 de mayo de 2010


Pseudópodos

No vemos nuestra consciencia aunque la sintamos, como las células no ven el cuerpo ni la persona de los que forman parte. ¿Suponen las células al ser humano?

¿Cada humano, cada ser que definimos vivo, es un cilio o un pseudópodo, un sensor para intuir el medio en el que la consciencia, a modo de enorme ser unicelular en una charca, pace?

¿La consciencia pace en nuestro universo y se vale de pseudópodos (seres vivos) para captar qué le rodea o los seres vivos (nosotros incluidos, lógicamente) le servimos para captar esta realidad sin perjuicio de que la consicencia también habite en otros universos?

Esto es especulación. Presupone que la consciencia exista al margen de la vida.

(De ese mismo blog)

martes, 4 de mayo de 2010


Humanidad espejo

Consciencias ficticias. Sólo somos espejos unos de otros. Nos produce náuseas vernos reflejados, contemplar lo que consideramos nuestro mal en otros. No es su mal, sino el nuestro.

(De un blog que un día tuve)

martes, 20 de abril de 2010


¿Existe el tiempo?

Nadie había cuestionado la existencia del tiempo hasta hace poco. Habitualmente, todos hablamos de un segundo, un minuto, un día, un mes o un año, como divisiones del tiempo. Lo cierto, sin embargo, es que tales nomenclaturas se refieren a consensos humanos arbitrarios y subjetivos. ¿Pero existe el tiempo al margen de estas divisones?

Hay otras evidencias, podríamos razonar, del transcurso del tiempo. Las personas, o los seres vivos en general, envejecemos y morimos, y los seres inertes terminan desvaneciéndose o transformándose. En cuanto a lo segundo, la erosión causa, en realidad, su desaparición. En lo que se refiere a lo primero, también podría tratarse de erosión, al fin y al cabo. Pero, si no, ya hay científicos que aseguran que algunos seres microscópicos viven, prácticamente, siempre. Incluso se conoce una clase de medusas cuyo ciclo vital es infinito: tras reproducirse, en lugar de morir, se convierten de nuevo en pólipos.

Por si esto fuera poco, están las investigaciones del gerontólogo Aubrey de Grey. Este científico asegura que el humano llegará a ser inmortal, que sólo un accidente, una enfermedad o el suicidio podrán con el hombre. Según afirma, los seres humanos poseemos hasta siete vías por las que envejecemos. Es decir, el envejecimiento no dependería del paso del tiempo, como tradicionalmente ha creído el ser humano. Es más, asegura este señor que los niños que nazcan ahora podrán llegar a ser inmortales. Basa su hipótesis en que cuando éstos tengan 40 o 50 años podrán aplicarse curas para rejuvenecerse 20 años, pero que, cuando vuelvan a tener la edad biológica de 40 o 50 años –es decir, con 60 o 70 años cronológicos-, podrán rejuvenecerse de nuevo, incluso más años. Si esto es así, el hombre y mujer del futuro tendrán la oportunidad de vivir larguísimo tiempo.

Si esta sugerente teoría se confirmara con la experiencia, ¿podríamos argüir con la facilidad de ahora que el tiempo existe? Alguien respondería que sí porque la esencia del tiempo es el cambio. Sí, de acuerdo. Pero a un humano que nunca hubiera visto fallecer ni envejecer de forma irremisible a nadie y que hubiera comprendido que una roca se deshace por la acción de los meteoros, sin más, ¿le habría sido útil la idea del tiempo, tal y como ahora la concebimos? Quizás, sólo la hubiera “inventado” por comodidad, por una forma de entenderse con el entorno (período óptimo para plantar, por ejemplo) y el prójimo. Es más, ¿no será, entonces, que hemos creado la idea del tiempo por tal error de apreciación y que el tiempo sólo existe en nuestra mente y no como objeto externo que condiciona la esencia de la existencia?

Aún no he respondido a la objeción, lo sé; entre otras cosas porque ignoro cómo, pero me huele que el tiempo no existe. Aun así, debo añadir otras objeciones, aunque vayan en perjuicio de mi olfato. ¿Quién nos asegura que, incluso aceptando que fuéramos eternos y entendiendo que las cosas se transforman por la erosión, el tiempo en sí dejara de existir? Como he dicho, una de las nociones que usamos para definir el tiempo es el cambio. Unos sujetos inmersos en un mundo sin envejecimiento ni muerte hablarían en términos como “hace tres lunas”, cuando vieron aquello o esto otro. Pero la pregunta es si ellos entenderían ese transcurso de tres lunas sólo como una medida subjetiva –para entenderse- o, tal y como ahora hacemos nosotros, como una medida subjetiva que trata de conceptualizar y hacer más manejable algo objetivo. Más: ¿esos individuos en tales circunstancias necesitarían dilucidar si viven bajo la segunda premisa? ¿Se cuestionarían si hay algo ajeno a ellos que debieran medir? ¿Tendría razón de ser tal cuestión? Muy probablemente, en ese mundo, preguntarse por la existencia objetiva del tiempo carecería de sentido. Y, si esto es de esa manera, el tiempo tampoco debe existir en este nuestro mundo si las investigaciones de Aubrey se confirman y en el envejecimiento sólo mandan mecanismos intrínsecos a la vida y no el paso del tiempo.

Sé que deben haber muchos cabos sueltos, pero a mí ahora sólo se me ocurre uno más. ¿Qué pasa con la relatividad, según la cual el tiempo llega a detenerse si se viaja a la velocidad de la luz, o se dilata si se aproxima a ella? ¿En qué quedamos pues, existe el tiempo o no?

Según la relatividad, el astronauta que hubiera viajado a velocidades relativistas por el espacio, en un recorrido de ida y vuelta, de regreso a la Tierra se habría encontrado con su hermano gemelo, pero éste último ya en la ancianidad mientras que él continuaría siendo joven. Si aplicamos el famoso ejemplo a los hombres del mundo hipotético antes mencionado, cuando el astronauta arribase a la Tierra tras su periplo espacial se reuniría con su hermano, quien, sin embargo, debido a los avances en genética, tendría la misma edad biológica –aunque no cronológica- que su hermano gemelo astronauta. El gemelo de la Tierra, por lo tanto, habría experimentado miles de sucesos mientras que su hermano el astronauta tan sólo unas decenas.

¿Quiere esto decir que el tiempo existe? Parece probable que sí, a menos que la relatividad esté equivocada, cosa improbable. O que la relatividad misma nos indique que el tiempo no es más que una ilusión que existe en el mundo de las percepciones, o sea, en el mundo tal y como lo captan los sentidos. Y que la realidad que construye nuestra mente se dilata o se encoge en función del punto de vista (velocidad), pero que es la luz, como vínculo (y naturaleza -dualidad onda partícula-) de todo fenómeno, la responsable de que percibamos el paso del tiempo, cuando el tiempo y su transcurso sólo existen en los fenómenos que percibimos, no en la existencia en sí.

(Especularé más sobre esto en otra entrada, para ver si me aclaro)




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jueves, 8 de abril de 2010


Cuando la humanidad alcance la humanidad

A todos se nos quedan imágenes grabadas al rojo vivo en la retina de las neuronas, por muchos y distintos motivos. Un documental sobre la “Guerra de las Galaxias” -la de Ronald Reagan- protagoniza uno de esos fotogramas de mi memoria. Por entonces, contaba con seis o siete años. Recuerdo romper a llorar porque oí –atónito-, por primera vez en mi vida, que el ser humano poseía armamento de sobra para eliminar a la humanidad y, de paso, al planeta; y que, para más estupefacción y tristeza mías, había en el mundo dos superpotencias con cara de pocos amigos que disponían de armas nucleares.

Décadas después he leído salvajadas. Algunas: en el apogeo de la guerra fría Estados Unidos y la Unión Soviética tenían capacidad para destruir la vida del planeta como seis o siete veces (no recuerdo la cifra exacta, pero una burrada de este calibre). O que, en ese mismo periodo, EUA almacenaba 15.000 cabezas nucleares, Rusia algunas menos y China unas 500. El ingenio para matarnos es inconcebible. Si los soviéticos atacan primero y los americanos tan sólo responden con unos pocos mísiles, calma, porque los cohetes disparados –al no detectar a los compañeros- emitirán señales con la orden de lanzamiento dirigida al resto de la comparsa macabra. De todos es sabido también que Internet se inventó en EUA para descentralizar el poder militar (léase poder apretar el botón nuclear desde cualquier base).

Obama y Medvédev parece que han dado “un pequeño paso” para la humanidad, pero no un “gran salto”. Al margen de las cifras acordadas por ambas partes, habrá que corroborar el desarme. Y, en otras ocasiones, esto sólo ha significado que un misil dejaba de apuntar a una ciudad, pongamos Barcelona, ¡glups! Pero reprogramar la diana, en realidad, es cosa de dos minutos. Así que, ¿qué significa reducir las cabezas nucleares? ¿Desmantelarlas de verdad o desprogramar objetivos? También me pregunto: si se desmantela, ¿qué diantre hacer con el uranio o el  plutonio, etc? Que lo engulla el sol, la mejor pero impensable -por costosa- solución.

La humanidad (sociedad) no alcanzará la humanidad (condición) hasta que solvente sus problemas internos. Y el nuclear es uno de los más peligrosos. A lo largo de la historia, los países han actuado según la ley de la jungla, las guerras han cambiado fronteras y la cooperación ha pasado a segundo plano. La ley sólo impera de puertas adentro. Y ni eso.

miércoles, 7 de abril de 2010


El pecado original de la Iglesia católica

¿Hay guerra sucia contra la Iglesia? ¿Aún hay quien se rasga las vestiduras! ¡Qué esperaban? Y no quiero referirme a los pecados mortales de la Iglesia que salpican estos días los medios de comunicación. Tampoco a los errores históricos de la Iglesia, por muchos de los cuales ya ha entonado el mea culpa. Ni siquiera al asunto económico y de financiación.

Me refiero al abuso o mal uso del pecado, la culpa y la confesión. Sé que esto no se ha dado en todos los niveles (hay curas sensatos y niños muy largos) ni culturas, países o comunidades cristianas. Pero no se puede negar que el poso religioso impregna de olores la atmósfera de una cultura. Y la cultura, cada cual la vive propia. O sea, que con mala suerte puedes entender mal el significado de las palabras culpa, pecado y confesión.

Me refiero también a problemas fundamentales de dogma, como alguna contradicción sonada entre el Vaticano y la teología de la liberación.

El pecado original ha sido y es a la Iglesia lo que en justicia se llama prevaricar: algo así como mentir a sabiendas. Y sí, hay que separar los pecados… y no hacer leña del árbol ¿caído?, pero ¿qué se habría opinado si en lugar de ser Benedicto XVI diana de acusaciones de encubrimiento de casos de pederastia hubiera sido otro jefe de estado, pongamos Aznar o Zapatero?

Toda cruz da la espalda a una cara. Pero ahora quería hablar de la cruz. ¡Uf!, ¿y lo de los preservativos?

martes, 6 de abril de 2010


¿Hay políticos con honor?

¿Hay políticos con honor? Seguro. No obstante, tal y como funciona esto de la prensa convendría estudiar qué porcentaje de ellos juega dentro de la ley y cuál fuera. Lo digo porque quizás debería empezar a ser noticia la política sin trampas. Bromas a parte, ante los continuos casos de financiación irregular y corrupción, sólo puedo hacer que referirme a la interesante conferencia del exfiscal anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo.

martes, 23 de marzo de 2010


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Los comentarios en los diarios digitales generan más monólogo que diálogo (El Parcial)

El estudio presupone que los comentarios deben fomentar el diálogo, cuando de la investigación se deduce (“los medios digitales publican comentarios de los lectores que, sin duda, no publicarían en su edición de papel”) que la sección de comentarios no está ideada –en principio- para dialogar o conversar, sino para opinar con o sin conocimiento de causa (no se argumenta ni se conversa, se afirma en diferentes momentos). Si se buscara el diálogo como hacedor de conocimiento, no creo que la palabra comentario fuera la más apropiada para titular a esta sección -más bien, podría ser “argumenta tu opinión”, "conversa" o algo así-, y, desde luego, el espacio tendría que presentar otro formato y otras reglas diferentes y bien a la vista. Y no hablo de insultos –que deberían ser eliminados del todo y no lo son-.

Como entiendo que los comentarios no están inventados en internet para dialogar, sino que en ellos se puede "monologuizar" (¿qué tiene de malo?), no estoy de acuerdo con eliminar la opción del anonimato –como sugiere el informe-, ya que la disminución de participación por esa vía acaba con comentarios anónimos tan válidos como los identificados. No sólo se elimina la paja. Llevado al extremo, si un medio aceptara sólo opiniones con un fundamento argumentativo impecable, ¿no sería honrado pagar al comentarista por contribuir con su tiempo y pensamiento a enriquecer el medio?

Por otro lado, entiendo que ante la avalancha de comentarios y la imposibilidad de moderarlos –por no disponer de recursos humanos y económicos suficientes-, algunos diarios hayan optado por exigir más condiciones y datos en el registro de usuarios. Esto es más honesto. Es el caso del Avui, que prefiere acabar así con los comentarios hechos sin ton ni son. Este periódico on line -dice el estudio- advierte al comentarista que la IP del ordenador queda registrada cuando se plasma un comentario. En este caso, el comentario sí que va encaminado con claridad al uso de la razón para construir conocimiento, más que “sólo” a un espacio para la libre expresión.