jueves, 21 de octubre de 2010


¿Quiero ser feliz?

La felicidad es un valor en alza hoy día. La felicidad vende. Deduzco que hay poca. Pero, además, el sabernos infelices comporta que indaguemos más para subsanar la falta. La palabra felicidad, como digo, está en boca de todos: películas, libros y conversaciones públicas y privadas. El entorno está repleto de máximas y consejos. Nadie escapa al influjo de lo que, para el magín de cada cual, representa esta palabra.

[Hay fórmulas por doquier. También yo me monto las mías].

Lo cierto es que no viene de ahora, sino que a lo largo de la historia la felicidad ha estado de moda. ¿Hay ahora más búsqueda de ella o ha sido proporcional siempre a la cantidad de población? Si un medidor fiable nos informara al detalle de esta variable, estaríamos ante un poderoso instrumento para evaluar qué de qué épocas históricas imitar para mejorar ese estado de bienestar al que llamamos felicidad.

¿Pero es verdad que hay poca felicidad o se trata de insatisfacción? Más que falta de felicidad sospecho que hay insatisfacción. ¿En qué se diferencian? Cuando nos autodenominamos infelices creo que nos referimos a insatisfechos, a una infelicidad curable, pasajera, cuya duración e intensidad dependerá de varios factores externos e internos, así como su curación. En un reportaje dijeron que hay infelices incurables, atormentados eternos –imagino-, que, lamentablemente, acaban suicidándose. Quiero no creerlo.

Si eres un insatisfecho crónico, llámate infeliz si quieres, pero puedes cambiar a tu antojo. La cuestión no es si puedes o no, sino el tiempo que tardarás en conseguirlo. Todo depende de la firmeza y rapidez con la que transvalores los valores que sean necesarios y perseveres en los cambios hasta apropiártelos; al igual que un entrenamiento constante mejora tu marca de velocidad, una insistencia pertinaz y racional en los cambios los favorecerá. Se trata de levantarse en cada recaída. Como los valores dependen de forma exclusiva del ser humano, de ti depende qué valorar y en qué cantidad.

Lo de los valores tiene su gracia. Valoramos lo que no tenemos. Y ni si quiera recordamos cuánto valorábamos lo que antes con ahínco ansiábamos. Un ejemplo de un amigo ilustra bien la condición del hombre. Tenía que levantarse pronto para ir a trabajar. En esa situación, pensaba lo feliz que sería si no tuviera que madrugar. Con el tiempo, cambió de empleo y resulta que en el nuevo no tenía que levantarse pronto. Pues bien, ya ni si quiera se acordaba de cuánto valoraba antes poder dormir más por la mañana. Una vez conseguido su deseo, lo había olvidado y ya no valoraba –y por lo tanto no disfrutaba- que ahora pudiera remolonear entre las sábanas. Él mismo se dio cuenta y así me lo explicó.

Pero no soy maestro de nada y menos de esto si, como he dicho, me monto mis estrategias.

¿Un modelo de felicidad? El de las criaturas. La mayoría de ellas denotan ilusión en su comportamiento. Porque ignoran o porque conocen lo justo para actuar o porque son felices actuando. O sea, el ingrediente de la despreocupación no está de más. Si acaso cuando los pequeños acceden a la escuela, es cuando en algunos casos empiezan su camino de infelicidad. La tensión inevitable entre el individuo y la sociedad. El sometimiento a unas normas exigibles a todo grupo social. Un niño prefiere pasar la mayor parte del tiempo jugando que trabajando, lógico: nosotros también lo preferimos. ¡Y desde los tres años los sentamos en sillas durante horas! Cierto que hay de todo, pero las aulas continúan siendo el denominador común. No hay lugar para Summerhill, ¡ya me gustaría!

Ilusión, para mí, es una de las claves. No falta de deseo y ausencia de miedo, como dice alguna filosofía oriental, o no únicamente. Me parecería inhumano sin ilusión. Alegría, amor, razón, coraje, libertad, ilusión, sentido… es una de mis fórmulas. Ejercicio y buenos alimentos, no nos olvidemos. Nietzsche dijo en uno de sus escritos que si volviera a nacer se dedicaría a estudiar cómo nos influyen los alimentos en la salud y el estado de ánimo. También es gratificante fijarse en los alegres adultos por naturaleza. ¡Ah!, y desterrar por completo, o casi, aquello de “Piensa mal y acertarás”, porque si la usas como un principio, al final ocurre esto otro: “Piensa mal, te equivocarás y te amargarás”. Y ya lo mencioné en otro post: al mínimo atisbo de asco, reconocerlo y zafarse de él. Huir de la soledad, pues no hay fuertes capaces de soportarla. Como decía Proust, un fuerte no es más que un débil disfrazado, y duros, haylos, pero a cuentagotas. En lo peor, buscamos cariño, sentir que existimos.

Pero por si acaso, antes de continuar: ¿y si la felicidad sólo está en nuestra mente?, ¿que no sea más que una vana ilusión para seguir adelante en un mundo difícil?(1) No lo creo por lo mencionado antes: en la mayoría de niños parece casi innata. Eso sí –aclarémoslo ya- para unos la felicidad será lucha, para otros paz, para los de aquí error, para los de allí… Para mí, estar más contento que triste y más ilusionado que apático. Cierto bienestar, diría. Leí que si estás triste y te fuerzas una sonrisa, ya te alegras un poco (y es verdad, sólo hay que comprobarlo); hasta ese punto cuerpo y mente son una misma cosa o dependen uno de la otra.

Y si, como decía al principio, tanto vende la palabra felicidad, ¿no será que la sociedad occidental y capitalista no la produce?, ¿no será un fracaso del/el capitalismo?, ¿tendríamos que cambiarlo por un sistema cuya meta fuera la felicidad y el bienestar o por lo menos modificarlo en lugar de ir poniendo parches por aquí y por allá, de vender fórmulas, de curar tanto enfermo? Me parece recordar que uno de los fundadores de Estados Unidos afirmaba que el ciudadano tenía todo el derecho a alzarse contra su gobierno si éste le impedía ser feliz.

***

Demasiadas presiones. Demasiados cambios. Demasiado estrés. Demasiados enfermos. Demasiados suicidios. Los humanos no somos tuercas. Ni hormigas, ¿o sí? ¿Hay otro sistema viable con los cerca de 7000 millones de habitantes que pueblan el planeta?

Hace falta una ética nueva. Nuevos valores. Ya está dicho: hay tantas morales como personas. Luego imponer una sobre las demás abocará al fracaso. Si consensuamos una ética –y en esto debería centrarse la política- habría que tener en cuenta que ninguna consensuada nos satisfará si no nos ilusiona y nos recompensa (¿sólo capital o bienestar antes que capital?). Mientras que una impuesta satisfará a algunos y atormentará a otros.

Para conseguir la felicidad, Voltaire habla en uno de sus cuentos de trabajar y no pensar. Y así la felicidad nace sola, supongo que quiso decir. Pero, hoy día, creo que gran parte de nuestros males proviene del trabajo, al que muchos ven como la versión moderna de la esclavitud. No en vano, el sueño de no trabajar está en la mente de muchos. Bien lo saben los gobiernos y las casas de apuestas. ¿Quién continuaría trabajando si tuviera los recursos necesarios para ir tirando? Sí, siempre hay alguien que no sabe qué hacer con su tiempo, pero es aquel a quien el síntoma de la esclavitud le ha calado hasta lo más hondo. O al codicioso. O al que le gusta mucho su tajo. Suerte del que en esta sociedad halla un trabajo que coincide de pleno con su, digamos, vocación o misión. Voltaire no se refería a este tipo de trabajo, seguro.

El quid de la felicidad, a mi juicio, es un estado ante la vida. No hay que ver la felicidad como un objetivo (¡ojo!, ten tu/s objetivo/s, mejor que mejor si estás así bien; cada maestrillo tiene su librillo). No hay que confundir la felicidad con la euforia, esto es la alegría extrema. Pues ella también nos deforma la realidad, como lo hace la ira o la tristeza. Todo hay que vivirlo (el sí y el no), fluirlo: como un río moldea un canto del río, redondeando sus aristas, que decía otro. Bienaventurado, sin embargo, el eufórico si se aguanta a sí mismo. Porque la euforia, al menos yo, la vivo de tanto en cuanto, más como resultado de alcanzar objetivos o en situaciones concretas.

Valorar con juicio: qué quiero, qué necesito, qué tengo. Ilusión. Razón. Sentido. En fin, vitalidad y serenidad. Aprovechar el error para reconocer cuánto falta para conocerse a uno mismo y para mejorar. Saber que caerás, pero también que te levantarás y no culparte a la primera de cambio, y sin motivo, por el tropiezo. También, líderes, de los que andamos escasos. Metas comunes sobre las que construir éticas. Y creíbles. ¿Quién con buena fe no quiere acabar con las guerras y el hambre? No sólo depende del/lo poderoso, aunque sí en mucha mayor medida.

Todo esto no son más que fórmulas. Cada cual su camino. E insisto: ¿no sería mejor un sistema alternativo al nuestro, al que busca generar capital?

¿Cuál?, ¿cuál?, ¿cuál?...

Del todo no reniego del capitalismo: sus incentivos han creado el mundo en el que ahora vivimos… con sus bondades y maldades, ¡que menudas son! Si la justicia contara con medios suficientes y coraje, no existirían los desmanes que vemos. Un conocido me dijo que quizás el cambio no haya que esperarlo de arriba. Naturalmente, quienes poseen cuota de poder –su pastel, su cortijo- defenderán a ultranza el sistema que se lo otorgó.

Después de todo, a lo mejor, lo mejor sean los parches. Mientras tanto, pensemos en un sistema alternativo, por si las moscas. Y lo dejo ya, porque escribir sobre la felicidad empieza a ser deprimente y hiede a pesimismo.

¡Salgamos a la calle, sonriamos y miremos al cielo!

Añadidos: (1) ¿Es el mundo -mejor dicho- nuestra vida difícil o la complicamos nosotros? Repito que creo que depende en mayor medida de nuestras valoraciones y reacciones. (2) Como dije al principio esto de la felicidad está repleto de máximas y sentencias. Ahí va otra que me gustó. "Cuanta más felicidad proporciones más aumentará la tuya", o algo así. Ahora sí, hasta luego. Saludos.

martes, 5 de octubre de 2010


Cómo nos influyen los medios

[Texto con el que participé hace un año en el premio Enrique Ferran de la revista El Ciervo. Proponían escribir sobre cómo nos influyen los medios].

Colijo de la propuesta que los medios influyen en el ser humano y, con esta afirmación, formulo una sentencia apodíctica: el mundo influye en las personas, sin remedio. Nacemos en un universo que funciona bajo unas determinadas fuerzas. La gravedad, sin ir más lejos, condiciona en alto grado la fisiología de nuestro cuerpo; tan sólo hay que observar cómo se modifican los tejidos humanos en astronautas que orbitan la Tierra durante unos pocos días. Al poco de nacer entran en juego otras variables: el país de origen y la época histórica son insoslayables. El círculo se estrecha más a medida que crecemos. Las influencias se concentran primero en la familia, luego en los amigos, en los compañeros de estudio y en los profesores, finalmente, en todo lo anterior más los colegas del trabajo, el sector de ocupación en el que nos desenvolvamos y los medios de comunicación y de ocio; en resumen, apropiándome de un par de palabras de Josep Pla, las influencias manan del “paisaje básico” de la persona.

La potencialidad de influjo de los medios de comunicación (internet, libros, revistas, radio, televisión y prensa tradicional) es incuestionable. Como con acierto apuntan muchos teóricos de la comunicación, los medios no sólo influyen en el cómo pensar del individuo sino en el qué pensar. Inoculan en las mentes temas que un restringido grupo de personas –editores, líderes de opinión, directores, gobernantes, empresarios, periodistas…- alza a la categoría de noticias, desechando millones de hechos que jamás trascenderán más allá del ámbito local en el que se han producido, y, a la vez, colocan a los sucesos cribados en rango similar o idéntico a las preocupaciones cotidianas de millones de personas. Nos amplían, o eso creemos, nuestro “paisaje básico”, nos inquietamos, por ejemplo, por acontecimientos acaecidos a miles de kilómetros.

En este sentido, el mundo en sí hace las veces de lo que los psicólogos denominan inconsciencia cuando hablan de la mente, y el esquema o jerarquización del funcionamiento del mundo que difunden los medios viene a ser lo que esos mismos profesionales designan como consciencia. Creo que queda claro que la potencialidad de influencia es capital, pero por si hubiera algún resquicio baste señalar que las empresas no se anunciarían si el poder de modificar comportamientos a través de la imagen o la palabra y, por ende, de los medios –altavoces magníficos de la palabra y los actos- no existiera. ¿Qué pasaría si Coca-cola dejara de promocionarse y aprovechara la ocasión Pepsi para para inundar los espacios con un novedoso producto? ¿Qué pasaría si, de golpe y porrazo, los medios se volcaran en la propaganda de un nuevo partido político y aislasen a los tradicionales? ¿Qué pasó, en definitiva, cuando se radiotransmitió en Estados Unidos la invasión marciana de la Tierra? No quiero decir que todo el mundo bebería Pepsi y no Coca-cola desde entonces, ni que nadie más votara al PNV, al PP o al PSOE o que todo bicho viviente en EUA saliera rifle en ristre a fulminar extraterrestres. Pero me parecen claros ejemplos dela fuerza de los medios. ¿O alguien pondría la mano en el fuego y aseguraría que si hubiera vivido en la Alemania nazi habría sido uno de los pocos que actuó inmune a la propaganda de Goebbels?

Todo el tiempo he hablado de potencialidad, pues, de cajón, si no hay público no hay influencia, ni se moldean caracteres, ni se educa, ni se manipula -en el buen o en el mal sentido- ni, por el contrario, se mantiene una actitud crítica ante el bombardeo mediático. Hay que recordar que vivimos en cierta sociedad y tiempo. Los medios de comunicación de masas tradicionales vierten los contenidos, sobre todo, en la sociedad occidental, con noticias que se generan en los países más poderosos. Prueba de ello es que, ahora que China despierta, del gigante asiático también fluyen más noticias, y ello, pese a la censura del gobierno de Pekín.

¿Cómo nos influye, entonces, la información recibida? La información se basa en la palabra o en la imagen, y en cómo se estructura el discurso. El medio es el altavoz, o como ilustran algunos profesionales de la publicidad, el masaje, no el mensaje, o no sólo. La información primero nos moldea o nos diseña un pensamiento, el pensamiento genera una cierta emoción que conduce al acto (ya sea la compra de un producto, ya una movilización, ya un boicot…), pero, la mayoría de las veces, las noticias generan comentarios, criticas y protestas y, de ahí, casi no pasan. Esto se debe a la sobreabundancia informativa y a que la noticia, en muchas ocasiones, abandona el coto de la excepción y el cambio para convertirse en la descripción de la norma. El sensacionalismo también hace estragos; el mal uso de adjetivos, por ejemplo, termina por banalizarlos, y, cuando se usan con propiedad, han perdido todo su valor por el camino.

Antes he escrito en cursiva la palabra “casi”. Me explico. El hecho de que ante una noticia muchas veces no ocurra nada también es un efecto de la causa, y a la vez estos efectos nulos constituyen, precisamente, los pequeños ladrillos que levantan, poco a poco, la gran presa de la indiferencia –“si no hay nada que hacer”, “el mundo siempre ha funcionado así”, “los ricos hace mucho que se repartieron las tierras”- Pero no hay que negligir el poder de la persona, evidentemente. Una misma noticia desembocará en una acción en unos y en pasividad en otros. Mucha gente, lógicamente, ya tiene suficiente con su vida laboral, personal y familiar. Argumentan que pagan a terceros para que, en teoría, se ocupen de problemas que les incumben aunque sea indirectamente. En la práctica, quienes deberían preocuparse muchas veces hacen la vista gorda. De ahí, la importancia de la prensa, cuyo embrión debe ser la denuncia.

Ante los medios, el periodista y el lector necesitan una actitud crítica. El periodista ha de inquirir a todas las fuentes implicadas en la noticia y, sobre todo, debe contextualizar la información con honestidad, atento siempre, en especial en política, a detectar si te quieren dar propaganda por noticia. El lector o público, por su parte, no debe tragar como tabula rasa –afortunadamente no siempre ocurre así- y, ante temas que le interesen, debe buscar otras fuentes. Como dice un libro de televisión para niños: “Tú mira las noticias y a partir de lo que dicen imagina qué ha ocurrido”.

viernes, 1 de octubre de 2010


La inteligencia al margen de la vida

Todos los animales son inteligentes, desde los reptiles hasta los gatos pasando por las microscópicas células. ¿Por qué aseguro con tal rotundidad que la inteligencia impregna todo ser viviente? Porque todo ser viviente entiende -sea a nivel consciente o no- la vinculación causa-efecto por la que se rige, o parece regirse, el escenario en el que pacemos. Harina de otro costal es dilucidar si el ser humano es el más inteligente de ellos.

Podríamos afirmar que la diferencia fundamental del tipo de inteligencia que el humano gasta de la del resto de seres vivos, o de una mayoría de ellos, sea la capacidad humana para trabajar con pasado y futuro lejanos y, más crucial aún, con condicional. En principio, el condicional ha provocado el desarrollo humano porque nos ha permitido imaginar situaciones inexistentes que se han demostrado factibles al actuar de cierta manera. Pero es que todo animal actúa según un condicional. Si un gato tiene frío se acerca a una estufa. La mente gatuna elucubra: “Las células me envían la señal de frío en forma de incomodidad generalizada de mi cuerpo. Hay una estufa encendida. La estufa emite calor. Lo sé por experiencia o porque si me acerco las células se calmarán por el calor y dejarán de turbar mi mente y en consecuencia mi cuerpo”. A partir de estas premisas el felino se conduce. Es capaz de un futuro cercano o un condicional simple.

¿Qué diferencia hay, pues, entre esta reflexión y otra humana?, ¿la complejidad de razonamientos? Tal vez, pero antes hay otra referida a la calidad más que a la cantidad. Mientras que la mente del gato le ha movido a comportarse así sin que su intelecto sea consciente de esos juicios, o sólo consciente durante una nanonésima del segundo, la mente del humano puede hacerlos conscientes el tiempo que desee. Ahí radica la diferencia. El humano se da cuenta -si quiere y/o indaga, mientras no le duela y opte por gandulear- de los pormenores de gran parte de su conducta, alguna de ella promovida por necesidades fisiológicas, emocionales, psicológicas y –quizás, las menos- debidas a la razón; de otra forma, se da cuenta de que una o múltiples causas provocan uno o múltiples efectos. Es, si se quiere, uno o muchos pasos más en la evolución de la psique. Queda claro, en todo caso, que la psique existe al margen de la consciencia, del darse cuenta.

Una vez un ser vivo se da cuenta de algo durante un periodo de tiempo relativamente extenso, está claro que comenzará a preguntarse por todo lo que le rodea, y tarde o temprano, o a la vez, por él incluido. Eso si una pincelada de esa nueva realidad aprehendida no repele al animal en cuestión, ya sea por miedo, ya por dolor -como un calambrazo nos hace separar los dedos de un enchufe-, y le retrotrae de forma automática a su refugio inconsciente. La consciencia, el conocimiento de una realidad hasta entonces ignorada por el bicho, puede asustar a quien no la haya sentido nunca y hasta doler. El golpe, de no sentir a sentir, de no ser en a ser en, debe ser tan físico como el susodicho latigazo eléctrico. ¿Me pregunto cuántos animales o seres vivos no habrán sentido ese miedo y se habrán retirado a refugiarse en el apacible caparazón de la inconsciencia? o ¿cuántas veces el humano continúa actuando como un “simple” animal y se esconde ante lo desconocido, a lo que considera amenazador? Es más ¿no será, precisamente, ese miedo a lo desconocido un resquicio del dolor que experimentamos al nacer a la realidad consciente y a la autoconsciente?

Volvamos al ser vivo no humano. Si el viviente transgrede la frontera (el mito de la expulsión del paraíso que contienen muchas religiones debió de nacer de aquí, digo yo) y comienza a preguntar por lo que le rodea y por él mismo, habrá alcanzado el importante hito de la autoconsciencia o del reconocimiento existencial de sí mismo. Pero, como he señalado, esto no es más que un hito en el camino, crucial, pero hito. Con esto no quiero quitar trascendencia al paso, sino señalar que se trata de una etapa, no de una meta. En la autoconciencia no tiene por qué concluir el camino, como de hecho estoy convencido de que no lo hace, punto que trataré más adelante. De aquí se deriva, sin embargo, y con esto concluyo de antemano, que el humano no es una finalidad ni una culminación tal y como profieren algunas religiones. Parece más bien un camino de conocimiento, y de momento hemos traspasado el umbral que separa la inconsciencia de la consciencia. La evolución sigue su camino.

Conocer significa que nuestra consciencia aumenta y/o crece. ¿Qué instrumentos usa el humano, el ser autoconsciente, en última instancia para continuar el viaje del conocimiento, es decir, para aumentar su consciencia? La razón pura y el método científico. No me olvido de que los instintos y las emociones juegan un papel extraordinario como motor o acicate de esa marcha y que son indispensables para vivir con plenitud, pero en nuestra etapa evolutiva a éstos se les añade con fuerza la combinación del juicio y la ciencia. Sea como fuere, el conocimiento de todo -nosotros mismos y lo que nos rodea- hace las veces de zanahoria para el asno. [Aunque colateral a lo que trato, la pregunta sería: ¿quiénes somos nosotros: el asno o el arriero? En ambos casos, buscamos satisfacer un placer, pero si somos los asnos habría algo o alguien que se estaría aprovechando de nosotros. Esto me recuerda a la posible y plausible hipótesis dawkiniana según la cual la vida tan sólo es un caparazón de la que se sirven los genes para ser inmortales. ¿Serían los genes, al final de todo, los responsables de esta búsqueda incesante?].

El humano, decía, se sirve de la razón y la ciencia para conocerse a sí mismo y al cosmos (entiendo por cosmos todo lo que es, lo conozcamos o no). Llega el momento de detenernos para dilucidar qué es la inteligencia o, por lo menos, qué entiendo que tengo derecho a comprender sobre el hecho de inteligencia. La inteligencia es la capacidad de enlazar causas y efectos . Somos, por tanto, inteligentes en la medida en que amoldamos la mente a dicha relación, en aproximarla al máximo. No tenemos más derecho que creer que eso es la inteligencia puesto que es por lo que se rige todo o, al menos, lo que hasta ahora hemos conocido. Tender a descubrir ese tipo de correlación en lo que existe será una conducta inteligente porque así se rige todo, insisto. Hablo de tender al conocimiento, que, aunque, a veces, en el primer encontronazo, pueda parecer perjudicial, a la larga siempre nos será beneficioso, puesto que nos ampliará la consciencia.

Por lo tanto, si esa tendencia es inteligente porque se acerca y entiende la vinculación causa-efecto por la que se rige el universo, eso significa que las relaciones por las que se rige el universo son inteligentes. Entonces, la inteligencia nos la hemos apropiado como cualidad singular de la vida cuando no es así: la inteligencia existe al margen de la vida y de nosotros: la inteligencia no necesita vida. La evolución del cosmos y de la vida son inteligentes por definición aunque no se originen de ningún tipo de vida ni la necesiten para explicarse.

Tendemos a reflejar lo que percibimos. La tarea consiste en rasgar velos. Si esto es así, poseemos un cerebro que capta lo que recibe a través de los sentidos (en este caso, sería un simple receptor de los datos que pueblan el cosmos) y los procesa mediante la razón (esto es establecer las relaciones causa-efecto ciertas entre dos sucesos) ¿Puede que existan otro tipo de vinculaciones? Es muy probable que a medida que nuestro conocimiento o consciencia medre aparezcan nuevas capacidades más allá de lo que ahora entendemos por consciencia, es decir, más allá del darnos cuenta de. Imaginen al humano nadando en la enorme charca de gravedad cero, con un cerebro libre de la fuerza gravitatoria, apto para crecer y crecer casi sin límite… Casi seguro aparecerían nuevas capacidades que ahora no podemos ni si quiera sospechar porque, al igual que el cerebro del gato no puede captar por su tamaño diminuto la autoconsciencia en que nos desenvolvemos, el nuestro, en las condiciones actuales, tampoco puede si quiera imaginar las capacidades de esas entidades futuras.

Pero en cuanto a otras vinculaciones, ignoro si la relación causa-efecto es Verdadera, pero es la más cierta con la que de momento contamos. Supongamos, no obstante, que contempláramos la vida o la existencia al revés de como ocurre, (de hecho, bien podría ocurrir así ahora y aquí, pero poco importaría). Si el principio fuera el final y el final el principio, la muerte sería el origen, el nacimiento el final, el big-bang el final y el big-crunch o el enfríamiento total del cosmos el inicio, y el gen o primer autoreplicante el final y un ser vivo indefinido el principio. ¿No llamaríamos de todos modos al efecto causa, y al revés, a la causa efecto, sin mayor problema? Hallaríamos natural que tras despedazarse un vaso de vidrio se reconstruyera en nuestra mano y nos extrañaríamos de lo contrario, de que tras caer de nuestras manos se hiciera añicos contra el suelo.

Sea como fuere, en ambos casos, parecería que todo proviene de lo indefinido (inexplicable, indecible, incomprensible), justo a lo que muchas civilizaciones han denominado dios, y que todo vuelve a lo indefinido. ¿No sería todo un ciclo? ¿Una espiral del tipo doble hélice del ADN? ¿Una semilla que desemboca en un árbol, que se ramifica, da fruto, se deposita en la tierra y da un nuevo fruto?

Todo no es más que una paja mental…