lunes, 21 de junio de 2010


Nietzsche y Ortega

Uno de mis escritores favoritos es el gran filósofo alemán Friderich Nietzsche. Cuando cayó en mis manos Zaratustra, el impacto en mí fue tan brutal y transformador que aún no he acabado de digerirlo ni probablemente he notado todas sus efectos. Nunca antes un autor me había robado tantas horas de sueño. Me iba a dormir tarde y madrugaba para continuar leyéndolo. Así, empecé con algunas de sus obras más conocidas, como Aurora, La gaya ciencia, La genealogía de la moral, Más allá del bien y del mal, Ecce Homo o el Anticristo, entre otros.

Pero esta entrada no va sólo del pensador germano. Desde que lo leí me gusta rastrearlo en los escritos de otros pensadores y escritores del siglo XX. Y a menudo lo hallo. Al igual que ya forma parte de mí, lógico es que haya formado y forme parte de otros. Porque los memes nietzscheanos se han extendido por entre filósofos, científicos y hombres de letras de todo el orbe, y de éstos a la carnaza (entre los que me incluyo), inconscientes muchas veces de su presencia. Tiempo atrás hice una pieza del influjo que, a mi juicio, Nietzsche debió haber tenido sobre Freud. Si Freud es el padre del psicoanálisis, Nietzsche es el abuelo, digo. Después de haber escrito aquella pieza comprobé que ya se había hablado sobre esta influencia.

No hace mucho que he leído “La rebelión de las masas”, libro en el que también he reconocido el aroma a Nietzsche. Disfruté de su lectura: cómo disecciona la sociedad en que le tocó vivir, a veces muy parecida a la nuestra, si atendemos a las descripciones que Ortega nos ofrece: “Vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. (…) Hoy, de puro parecernos todo posible, presentimos que es posible también lo peor: el retroceso, la barbarie, la decadencia”. Me pregunto si está describiendo su época, la nuestra u otras muchas que fueron y serán.

O cómo describe la vida: “Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo”. De ahí que muchos, y más en este cambio de siglo protagonizado por una aglutinación inusual de cambios en todos los campos del vivir, prefieran ser mandados, esclavos. Prefieren descansar. Aquí veo a Nietzsche. Dueños de nuestro destino. “La masa (…) odia a muerte lo que no es ella”. O formas parte del grupo o te aguarda el ostracismo. Poder, poder y poder, en todos los ámbitos y niveles de la vida. Más Nietzsche.

O al hombre-masa: “Esto nos lleva a apuntar en el diagrama psicológico del hombre-masa actual dos primeros rasgos: la libre expansión de sus deseos vitales –por tanto, de su persona- y la radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia”. Me suena bastante, de nuevo. ¿Describe al tipo de su época o al de la nuestra? El hombre-masa considera la organización social como naturaleza, y, al no verla como un logro, exige las ventajas que de ella se desprenden con urgencia, “cual si fueran derechos nativos”, nos dice. Aunque de esta nuestra civilización hay mucho que mejorar, digo.

He puesto aquí sólo unas pinceladas de la descripción del hombre-masa, un individuo que ya no escucha porque ya cree que sabe de todo: “Para qué oír, si ya tiene dentro cuanto falta? Ya no es sazón de escuchar, sino, al contrario, de juzgar, de sentenciar, de decidir”. Me ha sido imposible no leer a Nietzsche en Ortega. El hombre-masa, no como clase social, sino espiritual –“cuya vida carece de proyecto y va a la deriva”-, equivale al hombre nietzscheano, y el noble, al superhombre del alemán. Tampoco se escapa el vitalismo y la autenticidad aunque los aplique a las sociedades y a la política: “Sólo hay una decadencia absoluta: la que consiste en una vitalidad menguante”. Ortega reclama autenticidad “para franquear el paso a un futuro estimable”. Otra vez el alemán. La búsqueda del ser auténtico que “predicaba”.

Otros apuntes sobre el libro:

Uno, Ortega cita en un momento a Anatole France: “Por eso decía Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás”. Me llamó la atención esta frase porque tuve un profesor en la universidad que repetía a menudo que prefería a los hijos de puta antes que a las buenas personas. A aquellos se les ve venir, mientras que éstos "esconden" su incompetencia y/o negligencia bajo la máscara de la bondad.

Dos: “Pero el destino –lo que vitalmente se tiene que ser o no se tiene que ser- no se discute, sino que se acepta o no. Si lo aceptamos, somos auténticos; si no lo aceptamos, somos la negación, la falsificación de nosotros mismos”; y entonces nos refiere a una nota a pie que dice: “Envilecimiento, encanallamiento, no es otra cosa que el modo de vida que le queda al que se ha negado a ser el que tiene que ser. Éste su auténtico ser no muere por eso, sino que se convierte en sombra acusadora, en fantasma, que le hace sentir constantemente la inferioridad de la existencia que lleva respecto a la que tenía que llevar. El envilecido es el suicida superviviente”.

No sé de las creencias de Ortega, pero de inquietante afirmación se desprende que creía en una trascendencia. Pero ese tener que hacer, ese “destino”, ¿no es, quizás, el sentimiento del deber impreso por el cristianismo en el individuo y la sociedad occidental, la culpa previa a la acción, la misma que después nos acusará si no hacemos lo que la moral imperante nos decía que teníamos que haber hecho, ya fuera deber o querer? ¿No será todo esa idea de destino una quimera, todo lo que podríamos haber sido y no hemos sido, cuando mientras tanto tan sólo pasamos, más que somos?

Tres: “Pero Einstein ha necesitado saturarse de Kant y de Mach para poder llegar a su aguda síntesis”. Añadir que el mismo Einstein manifestó en vida la impresión que le produjo leer a Nietzsche.

Y de regalo, este bonito aforismo descontextualizado, que es cuando cobra pleno valor: “El joven no necesita razones para vivir: sólo necesita pretextos”. Porque la vida es el valor supremo, digo yo.

En cambio, ojo, con esta otra sentencia: “El egoísmo aparente de los grandes pueblos y de los grandes hombres es la dureza inevitable con que tiene que comportarse quien tiene su vida puesta a una empresa”. Podría conducir a alguien a pisotear a quien sea o lo que sea.

En “La rebelión de las masas” las ideas fluyen a borbotones. Aquí sólo he querido relacionar a Ortega con Nietzsche. Para ello he usado algunas de las ideas que me han parecido comunes en ambos. Hay más episodios y sentencias en sus páginas por los que se vislumbra este vínculo. Nada anoto más de otros puntos capitales, como la existencia, el poder, el Estado, Europa… en otra ocasión o no. De Ortega podemos extraer ricas enseñanzas, de aquellas con las que forjarse un norte. Me quedo con la idea de proyecto a nivel social que el sujeto hace propio.



Añadido (sobre Nietzsche): “Nuestra religión no ha tenido fundamento humano más seguro que el desprecio de la vida”. Parece puro Nietzsche, y lo es, podríamos decir, en retrospectiva, porque la cita pertenece a Montaigne.

martes, 8 de junio de 2010


El cinismo. Poder, placer e identidad.

Acudí en febrero a una conferencia sobre la moral de los cínicos, Platón y Nietzsche, que impartió el profesor de la Universidad de Barcelona Daniel Gamper en la Biblioteca Jaume Fuster.

El profesor trató el término griego paraxía, que definió como “el hablar franco o el coraje de la verdad, el hablar sincero, desde el corazón”, “aquello que por decirlo según a quién, puede acarrearnos la muerte y, sin embargo, lo decimos a sabiendas”. Para que la paraxía exista no hay igualdad de condiciones. El paraxíasta está por debajo. El cínico decía la verdad por más que ésta le comportara el destierro, la ignominia o, incluso, la muerte.

“¿Por qué lo hacía, entonces?”, le pregunta una chica del público. “Por el acto de la verdad, no por demostrar ni por persuadir”, le contesta. “Aún no me queda claro”, replica ella, “¿en beneficio propio?”. En este momento, la inquietud me supera y, sin pedir turno de palabra, tercio: “Pienso que era por placer”. A lo que el conferenciante contesta: “Creo que zozobramos hacia el campo de la psicología, pero sí, dudo que hagamos algo que nos disguste. Más que placer goce”, puntualiza.

Digo. El cínico dice la verdad porque es débil. Al fuerte no les es necesaria la verdad: se impone y punto. El cínico goza al mantenerse firme en la afirmación del conocimiento, pese a que éste o su difusión le comporte un problema para su integridad física.

El goce que siente el cínico al decir la verdad ante el poderoso le confiere también poder e identidad. Afirmar su ser, le otorga poder. Placer, poder e identidad van unidos de forma inextricable.

Manteniéndose firme (de)muestra a su oponente que “sólo” blandiendo la razón y la verdad se coloca a la altura del más poderoso a pesar de que el suyo –digamos, el poder tangible- represente una ínfima parte del del otro. Cierto que la osadía le puede costar caro pero el filósofo prefiere permanecer junto a la verdad (no en), la única arma que posee para decirse a sí mismo que yo, su identidad, su existencia es, pese a las vicisitudes y las circunstancias de cada momento.

Vivir junto a la verdad, bajo la excusa del tipo “no quiero vivir una mentira” o “qué mérito tiene vivir en la contradicción como hace la mayoría”, le proporciona el poder y placer –sensaciones de existencia- que comprende que las circunstancias no le otorgan.

domingo, 6 de junio de 2010


Mezquitas por Europa

A veces recibo por correo power points en los que alguien se queja de que mientras en Europa hay centenares de mezquitas, en países islámicos no hay iglesias. No sé si es así, pero es posible.

Y digo yo: ¿aún no saben los autores de estos correos que en Europa hay democracias mientras que en la mayoría de países islámicos no? Orgulloso estoy de que en Europa exista libertad de credo. Europa, por lo menos en este sentido, es modelo a seguir. Que haya países que no lo sigan es evidente y lamentable, pero ello no significa que nosotros debamos quebrar la libertad conseguida por miles y miles de nuestros antepasados europeos. Lo correcto sería tratar de convencer para que en cualquier país del orbe haya esa libertad, y no negar a ciertos grupos la nuestra.

Harina de otro costal es que el musulmán, el budista, el taoísta o el judío intente imponer en España su doctrina. Bastante tenemos y hemos tenido con el catolicismo. Tampoco quiero decir con ello que esté en contra del proselitismo. Sin proselitismo, lógicamente, cualquier religión acaba por fenecer. Pero que jamás intenten captar adeptos con el miedo o la coacción. Si esto ocurriera sería trabajo del Pueblo y la Justicia evitarlo.