jueves, 21 de octubre de 2010


¿Quiero ser feliz?

La felicidad es un valor en alza hoy día. La felicidad vende. Deduzco que hay poca. Pero, además, el sabernos infelices comporta que indaguemos más para subsanar la falta. La palabra felicidad, como digo, está en boca de todos: películas, libros y conversaciones públicas y privadas. El entorno está repleto de máximas y consejos. Nadie escapa al influjo de lo que, para el magín de cada cual, representa esta palabra.

[Hay fórmulas por doquier. También yo me monto las mías].

Lo cierto es que no viene de ahora, sino que a lo largo de la historia la felicidad ha estado de moda. ¿Hay ahora más búsqueda de ella o ha sido proporcional siempre a la cantidad de población? Si un medidor fiable nos informara al detalle de esta variable, estaríamos ante un poderoso instrumento para evaluar qué de qué épocas históricas imitar para mejorar ese estado de bienestar al que llamamos felicidad.

¿Pero es verdad que hay poca felicidad o se trata de insatisfacción? Más que falta de felicidad sospecho que hay insatisfacción. ¿En qué se diferencian? Cuando nos autodenominamos infelices creo que nos referimos a insatisfechos, a una infelicidad curable, pasajera, cuya duración e intensidad dependerá de varios factores externos e internos, así como su curación. En un reportaje dijeron que hay infelices incurables, atormentados eternos –imagino-, que, lamentablemente, acaban suicidándose. Quiero no creerlo.

Si eres un insatisfecho crónico, llámate infeliz si quieres, pero puedes cambiar a tu antojo. La cuestión no es si puedes o no, sino el tiempo que tardarás en conseguirlo. Todo depende de la firmeza y rapidez con la que transvalores los valores que sean necesarios y perseveres en los cambios hasta apropiártelos; al igual que un entrenamiento constante mejora tu marca de velocidad, una insistencia pertinaz y racional en los cambios los favorecerá. Se trata de levantarse en cada recaída. Como los valores dependen de forma exclusiva del ser humano, de ti depende qué valorar y en qué cantidad.

Lo de los valores tiene su gracia. Valoramos lo que no tenemos. Y ni si quiera recordamos cuánto valorábamos lo que antes con ahínco ansiábamos. Un ejemplo de un amigo ilustra bien la condición del hombre. Tenía que levantarse pronto para ir a trabajar. En esa situación, pensaba lo feliz que sería si no tuviera que madrugar. Con el tiempo, cambió de empleo y resulta que en el nuevo no tenía que levantarse pronto. Pues bien, ya ni si quiera se acordaba de cuánto valoraba antes poder dormir más por la mañana. Una vez conseguido su deseo, lo había olvidado y ya no valoraba –y por lo tanto no disfrutaba- que ahora pudiera remolonear entre las sábanas. Él mismo se dio cuenta y así me lo explicó.

Pero no soy maestro de nada y menos de esto si, como he dicho, me monto mis estrategias.

¿Un modelo de felicidad? El de las criaturas. La mayoría de ellas denotan ilusión en su comportamiento. Porque ignoran o porque conocen lo justo para actuar o porque son felices actuando. O sea, el ingrediente de la despreocupación no está de más. Si acaso cuando los pequeños acceden a la escuela, es cuando en algunos casos empiezan su camino de infelicidad. La tensión inevitable entre el individuo y la sociedad. El sometimiento a unas normas exigibles a todo grupo social. Un niño prefiere pasar la mayor parte del tiempo jugando que trabajando, lógico: nosotros también lo preferimos. ¡Y desde los tres años los sentamos en sillas durante horas! Cierto que hay de todo, pero las aulas continúan siendo el denominador común. No hay lugar para Summerhill, ¡ya me gustaría!

Ilusión, para mí, es una de las claves. No falta de deseo y ausencia de miedo, como dice alguna filosofía oriental, o no únicamente. Me parecería inhumano sin ilusión. Alegría, amor, razón, coraje, libertad, ilusión, sentido… es una de mis fórmulas. Ejercicio y buenos alimentos, no nos olvidemos. Nietzsche dijo en uno de sus escritos que si volviera a nacer se dedicaría a estudiar cómo nos influyen los alimentos en la salud y el estado de ánimo. También es gratificante fijarse en los alegres adultos por naturaleza. ¡Ah!, y desterrar por completo, o casi, aquello de “Piensa mal y acertarás”, porque si la usas como un principio, al final ocurre esto otro: “Piensa mal, te equivocarás y te amargarás”. Y ya lo mencioné en otro post: al mínimo atisbo de asco, reconocerlo y zafarse de él. Huir de la soledad, pues no hay fuertes capaces de soportarla. Como decía Proust, un fuerte no es más que un débil disfrazado, y duros, haylos, pero a cuentagotas. En lo peor, buscamos cariño, sentir que existimos.

Pero por si acaso, antes de continuar: ¿y si la felicidad sólo está en nuestra mente?, ¿que no sea más que una vana ilusión para seguir adelante en un mundo difícil?(1) No lo creo por lo mencionado antes: en la mayoría de niños parece casi innata. Eso sí –aclarémoslo ya- para unos la felicidad será lucha, para otros paz, para los de aquí error, para los de allí… Para mí, estar más contento que triste y más ilusionado que apático. Cierto bienestar, diría. Leí que si estás triste y te fuerzas una sonrisa, ya te alegras un poco (y es verdad, sólo hay que comprobarlo); hasta ese punto cuerpo y mente son una misma cosa o dependen uno de la otra.

Y si, como decía al principio, tanto vende la palabra felicidad, ¿no será que la sociedad occidental y capitalista no la produce?, ¿no será un fracaso del/el capitalismo?, ¿tendríamos que cambiarlo por un sistema cuya meta fuera la felicidad y el bienestar o por lo menos modificarlo en lugar de ir poniendo parches por aquí y por allá, de vender fórmulas, de curar tanto enfermo? Me parece recordar que uno de los fundadores de Estados Unidos afirmaba que el ciudadano tenía todo el derecho a alzarse contra su gobierno si éste le impedía ser feliz.

***

Demasiadas presiones. Demasiados cambios. Demasiado estrés. Demasiados enfermos. Demasiados suicidios. Los humanos no somos tuercas. Ni hormigas, ¿o sí? ¿Hay otro sistema viable con los cerca de 7000 millones de habitantes que pueblan el planeta?

Hace falta una ética nueva. Nuevos valores. Ya está dicho: hay tantas morales como personas. Luego imponer una sobre las demás abocará al fracaso. Si consensuamos una ética –y en esto debería centrarse la política- habría que tener en cuenta que ninguna consensuada nos satisfará si no nos ilusiona y nos recompensa (¿sólo capital o bienestar antes que capital?). Mientras que una impuesta satisfará a algunos y atormentará a otros.

Para conseguir la felicidad, Voltaire habla en uno de sus cuentos de trabajar y no pensar. Y así la felicidad nace sola, supongo que quiso decir. Pero, hoy día, creo que gran parte de nuestros males proviene del trabajo, al que muchos ven como la versión moderna de la esclavitud. No en vano, el sueño de no trabajar está en la mente de muchos. Bien lo saben los gobiernos y las casas de apuestas. ¿Quién continuaría trabajando si tuviera los recursos necesarios para ir tirando? Sí, siempre hay alguien que no sabe qué hacer con su tiempo, pero es aquel a quien el síntoma de la esclavitud le ha calado hasta lo más hondo. O al codicioso. O al que le gusta mucho su tajo. Suerte del que en esta sociedad halla un trabajo que coincide de pleno con su, digamos, vocación o misión. Voltaire no se refería a este tipo de trabajo, seguro.

El quid de la felicidad, a mi juicio, es un estado ante la vida. No hay que ver la felicidad como un objetivo (¡ojo!, ten tu/s objetivo/s, mejor que mejor si estás así bien; cada maestrillo tiene su librillo). No hay que confundir la felicidad con la euforia, esto es la alegría extrema. Pues ella también nos deforma la realidad, como lo hace la ira o la tristeza. Todo hay que vivirlo (el sí y el no), fluirlo: como un río moldea un canto del río, redondeando sus aristas, que decía otro. Bienaventurado, sin embargo, el eufórico si se aguanta a sí mismo. Porque la euforia, al menos yo, la vivo de tanto en cuanto, más como resultado de alcanzar objetivos o en situaciones concretas.

Valorar con juicio: qué quiero, qué necesito, qué tengo. Ilusión. Razón. Sentido. En fin, vitalidad y serenidad. Aprovechar el error para reconocer cuánto falta para conocerse a uno mismo y para mejorar. Saber que caerás, pero también que te levantarás y no culparte a la primera de cambio, y sin motivo, por el tropiezo. También, líderes, de los que andamos escasos. Metas comunes sobre las que construir éticas. Y creíbles. ¿Quién con buena fe no quiere acabar con las guerras y el hambre? No sólo depende del/lo poderoso, aunque sí en mucha mayor medida.

Todo esto no son más que fórmulas. Cada cual su camino. E insisto: ¿no sería mejor un sistema alternativo al nuestro, al que busca generar capital?

¿Cuál?, ¿cuál?, ¿cuál?...

Del todo no reniego del capitalismo: sus incentivos han creado el mundo en el que ahora vivimos… con sus bondades y maldades, ¡que menudas son! Si la justicia contara con medios suficientes y coraje, no existirían los desmanes que vemos. Un conocido me dijo que quizás el cambio no haya que esperarlo de arriba. Naturalmente, quienes poseen cuota de poder –su pastel, su cortijo- defenderán a ultranza el sistema que se lo otorgó.

Después de todo, a lo mejor, lo mejor sean los parches. Mientras tanto, pensemos en un sistema alternativo, por si las moscas. Y lo dejo ya, porque escribir sobre la felicidad empieza a ser deprimente y hiede a pesimismo.

¡Salgamos a la calle, sonriamos y miremos al cielo!

Añadidos: (1) ¿Es el mundo -mejor dicho- nuestra vida difícil o la complicamos nosotros? Repito que creo que depende en mayor medida de nuestras valoraciones y reacciones. (2) Como dije al principio esto de la felicidad está repleto de máximas y sentencias. Ahí va otra que me gustó. "Cuanta más felicidad proporciones más aumentará la tuya", o algo así. Ahora sí, hasta luego. Saludos.

2 comentarios:

  1. Bueno, Felipe, de nuevo un gran ejercicio de disección social. Sobre tres cosas que dices...:

    1. Individuo versus sociedad. Mi "a priori" es marcusiano: nuestra sociedad [la que hemos creado los hombres libres occidentales] es un organismo enfermo; quien se encuentra en ella sin fricciones [y una de las no-fricciones podría ser la felicidad] es el más enfermo de todos. Así pues: ¡vivan todas las neurosis y abajo la neurosis de la normalidad!.

    2. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Cierto. Nuestro sistema no puede producir felicidad [más bien produce su contrario], así que para ocultar semejante carencia hace uso de la cosmética para apaciguar su propia conciencia. El juego consiste en lanzar continuamente el eslogan "disfruta a tope" en un bombardeo tiránico que pronto se convierte en lafrsutración de quien no consigue ese disfrute. No hay descanso entre disfrute y disfrute [para quien lo disfrute] y así no hay quien disfrute. ¡Vaya lío! [será que me he acordado de Slavoj Zizek].

    3. Sobre los niños. Pues sí. La primera institución productora de desgraciados [en cantidad] en serie en la familia; la segunda, la escuela [más propicia en diseñar la calidad de la desgracia].

    [Amonestación por no renegar del todo del capitalismo; jajaja].

    Un saludo,

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  2. Agradezco tus comentarios, Kez.

    Creo que hay felices sin complejos -ni inocentes ni ignorantes- sino sabios del "saber vivir" y sin complejos. Que entienden los mecanismos de la sociedad en la que están, pero que no dejarán que normas extrañas constriñan sus actos y conciencias. O sea, que el feliz no tiene por qué ser un enfermo, aunque lo lógico, quizás, si conoces muchos aspectos de este mundo fuera ser infeliz. Los medios -a través de los cuales conocemos una faceta de realidad- no son ni representan la realidad. Comulgo contigo en lo de las fricciones. No creo que no las haya. Todos las tenemos. Pero la felicidad no pienso que sea síntoma -o no siempre- de no fricción sino muchas veces del "saber vivir". Digo yo. No sé si te referías a esto.

    Con lo de los niños, he generalizado. No creo que siempre la escuela o las familias "produzcan" infelices. Pero sí que, como otras insituciones, debe someterse aún a muchos cambios. El amor y el cariño deben ser primordiales, y que el niño los perciba a menudo. Pero que también perciba los límites, incluso con enfado si es una excepción que confirma la norma de que "mejor expresar desacuerdo con palabras y no transmitir enfado con actos". Bueno, el tema da para varios posts porque hay mucha chicha...

    En cuanto a lo de la amonestación, la realidad es que casi siempre que pienso en algo "bueno" del capitalismo llego a la conclusión de que con certeza no sé si lo ha producido él o si se hubiera producido de igual modo sin él o aún mejor sin él. Pero por esta misma duda no reniego del todo, porque tampoco sé si sin él se hubiera producido.

    Saludos, Kez.

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