lunes, 30 de agosto de 2010


Aburrimiento y asco

Schopenhauer afirmaba que a lo largo de la historia los seres humanos han tenido en común la lucha contra el aburrimiento. La actividad humana busca la distracción y la huída de sí mismo. Es poco probable hallar al común de los mortales sin hacer nada durante un periodo de tiempo extenso, a menos que se le obligue. O trabaja, o juega, o lee, o ve películas, o sexea, o duerme… la cuestión es aniquilar el tedio. El común de los mortales alberga la suerte de mantenerse ocupado durante la mayor parte del tiempo. Pero cuando esto no ocurre surgen hasta enfermedades. Baste sólo observar las conductas depresivas que genera el paro, provocadas en gran parte por el sentimiento de inutilidad que nace del tiempo libre ganado al trabajo, o bien por vernos incapaces de mantener una familia, pensamiento irracional ya que la mayoría de veces la condición de parado no es culpa del trabajador y la condición de útil necesita de un sistema de referencia. Sea como fuere, tal situación aboca a algunos a la desesperación y, a lo peor, a la depresión.

El parado sempiterno puede bregar contra el aburrimiento. El latazo, el tedio, el hastío, el aburrimiento, como se le quiera llamar, una vez que nos ha inundado, es muy peligroso, porque nos puede conducir al asco y a la susodicha depresión. Si bien el tedio espolea a la voluntad humana para que opte por la distracción -sea el entretenimiento de cualquier naturaleza- una vez atrapados por el hastío resulta difícil zafarse. Pero al igual que casi todas las emociones no son absolutas o, si lo son, sólo durante un cierto lapso de tiempo, al aburrimiento le ocurre lo mismo. Aunque estemos en pleno clímax de tedio, hay que aprovechar para agarrase a la luz de razón que todavía ocupa cierta superficie de nuestra voluntad, aunque sea mínima, para conquistar de nuevo terreno al aburrimiento. Es más, debemos considerar al aburrimiento como al miedo o a la ira. Como éstos, si no estimula la acción racional, entorpece el discernimiento o lo neutraliza. Por lo tanto, ante el aburrimiento constante debemos actuar como si de un reto se tratara. Lo fácil es sucumbir a él; si lo pensamos es lo lógico.

En el aburrimiento, como ante otras emociones potencialmente negativas –ira, miedo, angustia-, debemos dar con la oportunidad para conocernos. Es precisamente en estas fronteras en donde tendremos la posibilidad de sopesar nuestras habilidades y capacidades para actuar; en todo caso, si el examen deja mucho que desear, podemos entrenar para mejorar a nuestro gusto. Para ello, ante todo, necesitamos calma y coraje, con el fin de que la razón no quede ahogada por las emociones. A ello puede ayudarnos ejercicios de relajación física, de respiración y de meditación –relajación mental-. Debemos, primero, reconocer que nuestro juicio y, en consecuencia, la conducta están imbuidas por emociones negativas –ya sea ira, ya aburrimiento, ya miedo- y que no se rigen, por lo menos en ese momento, plenamente por la razón. “Digo, pienso o hago esto porque estoy muy cansado, aburrido o tengo miedo, pero sé que en otras circunstancias no diría, pensaría o actuaría de tal forma”, nos podríamos decir a nosotros mismos. Una vez que hemos dado la oportunidad a la razón, que hemos identificado un espacio de nuestra voluntad que se rige por la razón, el segundo paso es someter el juicio inundado por la emoción a la prueba de la razón pura, a la no contaminada, y reconocer si tal pensamiento surgido del aburrimiento, el miedo o la ira tiene razón de ser.

Ahora nos ocupa el aburrimiento. Más que una emoción el aburrimiento es un estado que provoca la emoción de la apatía, que a su vez, y cuando es de forma continuada y sistemática, penetra la voluntad de negativismo, asco y depresión. Una vez leí que un avión se estrelló porque los pilotos se aburrían. Decidieron tocar botoncitos en pleno vuelo para comprobar qué ocurría. La gracieta costó la vida a decenas o centenares de personas. ¡A cuántas guerras habrán acudido aburridos!
Ante el agobio, activarse paseando, tomando una copa con los amigos, escuchando música o, mejor, aprendiendo a controlar el ir y venir del pensamiento, que se mueve en el cerebro como un río revuelto. Aprende a sujetarlo: amánsalo, somételo, condúcelo en la dirección deseada, domestícalo, en fin, razona. También puedes aprovechar para masticar el transcurrir del tiempo y saborearlo en toda su esencia, sin nada más que hacer. Palpa el aburrimiento en sí. Es el mejor momento para hablar contigo mismo. El resto del tiempo el tiempo se esfuma como el humo.
Es normal aburrirse de cuando en vez, digo yo. Es más, hay ocasiones en las que buscas ese tedio. Lo anormal es cuando te aburres con demasiada frecuencia y padeces por ello.